Ivonne no tenía idea de por qué Jonathan estaba tan furioso.
—Con toda seguridad eres buena aprovechando cada minuto que tienes libre para citarte con otros, ¿o no? —dijo Jonathan con tono gélido.
Mientras él fijaba su mirada en Sebastián, vio que este último contestaba una llamada telefónica antes de salir a prisa.
Ivonne frunció el ceño, cuando escuchó lo que él dijo. Por lo general, era muy elocuente. Sin embargo, en ese momento, de pronto se quedó sin palabras.
«Ya había admitido que tenía una relación con Sebastián antes, si lo contradigo ahora, estaría cavando mi propia tumba, ¿o no?».
—Señor Landeros, ¿el tener una cita durante horas de trabajo, no es solo el reflejo de un ejemplo dado por el directivo principal?
«Después de todo, él y Ximena siempre lo están haciendo. En todo caso, solo estoy copiando su conducta, ya que predica con el ejemplo», pensó.
—Ivonne Garduño, quiero que escribas a mano una carta de disculpas de mil palabras para mañana por responderle a tu jefe en horas de trabajo.
«¿Una carta de disculpas?».
—Esto es absurdo.
Los ojos de Ivonne se abrieron de manera desproporcionada, mientras jadeaba hacia él con incredulidad. Nunca había escrito una carta de disculpas, ni siquiera mientras estuvo en la escuela.
«Me queda claro que está tratando de hacerme las cosas difíciles. Debería haberlo sabido y también me hubiera desistido de salvar a un idiota como él. ¡Es un imbécil de pies a cabeza!».
Aunque sabía la clase de persona que era él, no pudo evitar sentir una ira inexplicable.
—Señor Landeros, ha pasado algo de tiempo desde la última vez que lo vi.
En ese momento, se escuchó una voz femenina familiar. Ivonne se dio la vuelta y se sorprendió al ver a la mujer del centro comercial ahí, en el banquete.
—Señora Renata.
Jonathan inclinó su cabeza con sutileza para saludarla, mientras miraba a Renata en su vestido azul pálido. Aunque estaba en sus cuarenta, había cuidado mucho su piel, y no había ningún signo de arrugas en su rostro.
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