No pude dormir esa noche. Cuando me miré al espejo a la mañana siguiente, suspiré irritada al ver las ojeras en mis ojos. Me había preparado el desayuno, pero no tenía hambre, por lo que solo comí un poco para luego irme a las oficinas.
Yo nunca esperé que Miguel hablara en serio sobre trabajar en la Dicha Dichosa por medio año, pero en realidad sí estableció su oficina allí. Me empecé a preocupar sobre lo que pasó la noche anterior con él al ver a poca distancia la temporal oficina del presidente ejecutivo; me sentía asustadiza cada vez que lo veía, por lo que no tenía la menor idea de cómo iba a poder aguantar los próximos seis meses de estarlo viendo todos los días.
Sin embargo, y para mi suerte, Miguel era un adicto al trabajo y les ponía poca atención a los demás cuando él estaba trabajando; por esa razón, él tampoco me complicó las cosas.
Estaba organizando unos archivos en mi escritorio antes de que me pusiera a trabajar, pero justo en ese momento escuché a mi celular sonar; el pánico me invadió cuando vi el identificador de llamadas, pues era Raúl quien llamaba.
Volteé a ver con brevedad a la oficina de Miguel con culpa y, al ver que su atención estaba dirigida a unos documentos en sus manos, contesté la llamada.
—¿Andrea, sigues en el trabajo? ¿Por qué te tomó tanto tiempo en contestar? —dijo Raúl con su voz cálida y gentil a través de la llamada.
—Sí, estoy a punto de salir de la oficina en este momento —contesté con suavidad para luego echar otro vistazo a la oficina del presidente ejecutivo; pero en esta ocasión, Miguel estaba viendo directamente hacia mí.
Entré en delirio cuando nuestras miradas chocaron, así que aparté la mirada. Me sentí culpable por alguna razón por haber contestado la llamada de Raúl en frente de él.
—No nos hemos visto en unos cuantos días, deberíamos ir a cenar juntos esta noche.
La voz de Raúl logró que recobrara la compostura.
—Bueno, yo…
No supe cómo dirigirme hacia Raúl; después de todo, yo ya le había prometido a Miguel que iba a mantener mi relación con él por seis meses más. El motivo no era porque yo era fácil de enamorar, sino porque por fin había encontrado a un hombre con el que era compatible y que estuviera dispuesto a casarse conmigo, yo no quería tener que pasar por todo eso otra vez. Era muy difícil para mí encontrar a un hombre adecuado con el que pueda pasar el resto de mi vida a su lado, sin mencionar que podía ser que no vuelva a encontrar a otro hombre como él.
—¿Qué ocurre, Andrea? ¿No podrás?
Raúl no esperó a que le respondiera y volvió a hablar, podía escuchar la decepción en su voz.
—No es eso. Hay que…
Estaba a un segundo de aceptar su invitación cuando fui interrumpida por la voz de Miguel.
—Andrea, tengo unos documentos que necesitan ser organizados. Hazlo ahora.
Miguel estaba parado a cierta distancia de mí mientras me miraba con amargura, pero no podía leer la expresión en su rostro.
—Oh, de acuerdo…
Me quedé viendo a Miguel atontada y sin ser capaz de dejar de verlo por un largo rato.
—Lo siento, Raúl. Tengo que trabajar tiempo extra esta noche. Hay que salir algún otro día, ¿sí?
La mirada de Miguel se ennegreció al instante cuando escuchó lo que dije y empezó a caminar hacia mí para verme por debajo de su nariz; su mirada me provocaba escalofríos.
—Lo único que dijiste es que no podía acostarme con otro hombre, tú nunca dijiste nada que debía alejarme de todos mis contactos masculinos. No me acostaré con Raúl en los próximos seis meses, pero sí puedo decir que él es la persona con la que me casaré en el futuro. Cuando nuestro contrato concluya después de esos seis meses, no volveré a tener alguna relación contigo.
Yo sabía que estaba tratando a Raúl como un repuesto y eso era una cosa injusta para él, pero no me iba a rendir cuando finalmente había logrado encontrar a alguien adecuado para mí.
Miguel empezó a acercarse, paso a paso, al escucharme; su mirada ya estaba llena de ira cuando habló con tanta amargura en su voz:
—¿En verdad tienes tanta necesidad por placer, Andrea? ¿Quieres decir que yo no puedo satisfacerte durante esos seis meses? ¿Es por eso que tienes que relacionarte con otro hombre?
—Deja de decir tonterías, Miguel. Yo ya acepté a tus condiciones. ¿Qué más quieres? ¿Quieres que te entregue mi felicidad solo por esta inefable relación que tenemos?
El enojo se acumuló dentro de mi pecho por igual. Yo ya había dado más que suficiente por él, ¡y esta era la única cosa en la que no iba a transigir!
—¿Tu felicidad? ¿Estás segura de que estás tomando la decisión correcta?
Los labios de Miguel se juntaron para hacer una mueca y su mirada se volvió más fría.
—Yo creo que estoy tomando la decisión correcta, y espero que tú no vayas a interferir en mi vida. Después de todo, no somos más que amigos con derechos. Te puedo prometer que no seré íntima con otro hombre por seis meses; hasta ahí llega lo mucho que estoy dispuesta a ceder.

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