Yu Fang estaba tan enojado que iba a vomitar sangre. Xu Ruyun estuvo al borde del éxito pero falló y él se había contentado en vano. Lin Qiang había ideado un plan sin fallas para asegurarse de que Lin Wen cayera y que no tuviera ninguna posición en Donghai. ¿Y al final? Ahora Lin Wen era el héroe de los ciudadanos de Donghai, un gran filántropo. Todo intento de manchar su reputación sólo hacía que los demás pensaran que tenía motivos ocultos. Así que había convertido a Lin Wen en una persona invencible. Nada podía tocarlo.
Yu Fang respiró profundo varias veces pero nada podía calmarlo. Lin Feng estaba tumbado en el suelo. Su rostro estaba rojo e hinchado y tenía cinco rojas y brillantes marcas de dedo. Se llevó las manos al pecho y sentía tanto dolor que ni siquiera podía hablar.
Mientras tanto, en la entrada de la estación de televisión, habían dejado a Lin Qiang como un perro muerto, enroscado sobre el suelo. Su ropa estaba desgarrada y tenía huellas de zapato por doquier. La muchedumbre furiosa se había ido pero él seguía tirado. En cuanto
escuchó unos pasos, se cubrió la cara y gritó:
-¡No me golpeen! ¡Por favor, ya no me golpeen!
Después de un rato, Lin Qiang se dio cuenta de que nadie lo estaba golpeando. Así que levantó la mirada con precaución. Lin Wen estaba parado frente a él.
-Tú...
Al verlo, Lin Qiang comenzó a enfadarse. Para él, Lin Wen seguía siendo un don nadie y nunca lo tuvo en estima.
-¡Lin Wen! ¿Cómo te atreves a meterme en problemas?
Lin Qiang rugió y trató de amenazarlo pero Lin Wen sólo levantó un pie y lo pateó en la cara.
—¡Animal!
Lin Wen casi nunca se enojaba y jamás había sido violento. Sin embargo, no podía esperar para matar a patadas a ese hombre que era peor que un animal. Lin Qiang rodó por el suelo. Tenía la boca llena de sangre y
aullaba:
-¿Cómo te atreves a golpearme?
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