Silencio.
Todo el salón estaba en silencio. Ni siquiera se escuchaba que alguien respirara. Era como si los tuvieran agarrados del cuello y fueran a morir asfixiados. Eso... eso significaba que se vengarían.
—Estamos condenados. —Luo Yongqian rio un poco, de forma alocada, mientras se ponía de pie—. Estamos condenados esta vez, ¡todos estamos condenados!
De repente se dio la vuelta para mirar a Song Gang. Corrió y usó ambas manos para apretar su cuello. —Todo es tu culpa. ¡Todo es tu culpa! ¿Este era tu plan de mierda que se suponía era infalible? ¿Estás contento ahora? La familia Luo está condenada.
Esperaban a que Donghai y Shenghai se unieran y se vengaran de ellos. Las dos leyendas.
Parecía que el alma del jefe de la familia Qi había salido de su cuerpo y se veía igual de abatido. El jefe de la familia Tie tenía una expresión oscura en su rostro, pero había una gran preocupación y temor en sus ojos. Esto no debería tener nada que ver con él y ahora había terminado por ofender a un enemigo feroz y poderoso. No, no uno, sino dos.
—La familia Song es muy capaz, ¿eh?
Se burló y no dijo más. Dio media vuelta y se fue.
Los jefes de la familia Luo y la familia Qi también se fueron. Fueron a prepararse para sufrir la ira de las dos leyendas.
Song Gang se quedó parado allí, solo, como un tonto. Su energía se había agotado. ¿Era posible matar a cuatro grandes maestros a la vez? Sus brazos cayeron sin fuerzas a los costados y sus dedos temblaban. No había expresión en su rostro y continuó murmurando:
Los ojos de Su Yun estaban muy abiertos y no podían creer que alguien hubiera usado su nombre para decir tales cosas.
—Yo no dije tal cosa. ¡Cuñado! —pronto trató de explicarse—. Puedes preguntarle a la leyenda de Shenghai, jugamos juegos de mesa toda la noche y no hicimos ni dijimos nada.
Su Yun señaló a Gao Bin para que pudiera respaldarla, pero Gao Bin no se atrevió a decir nada. Nadie se atrevería a desafiar abiertamente a las poderosas familias del norte de esa manera además de Jiang Ning, ya le daba igual.
No sabía lo poderoso era realmente Jiang Ning y tampoco quería saberlo. Tenía miedo de no poder resistirlo. Ya se había enterado de lo que transcurrió la noche anterior. Había tardado menos de dos minutos, menos que el tiempo necesario para preparar té, para matar a los cuatro grandes maestros. ¿Acaso era humano?
—Alguien usó tu nombre —dijo Jiang Ning con calma—. Estás afuera ahora, así que, si no me haces caso, se lo diré a tus padres cuando regresemos y haré que te disciplinen. Si terminas metiéndote en problemas, ¿cómo voy a responderles?

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