La noche fue cayendo poco a poco y todo quedó en silencio. El tiempo estaba un poco extraño. Las farolas del exterior de la casa de los Tan se encendían y se apagaban de repente. Parpadeaban como si estuvieran a punto de dejar de funcionar y el cielo estaba oscuro en su totalidad por lo que no se podían ver las estrellas y la luna tampoco había salido. Esta oscuridad resultaba muy agobiante.
Dentro del salón ancestral, Tan Xing estaba sentado y la brisa nocturna agitó su larga barba con suavidad. Su mirada se ensombreció y una expresión de cautela apareció en su rostro. Su semblante solemne hizo que los hombres de los ocho linajes contuvieran la respiración y nadie se atreviera a descuidarse. Nunca habían visto a Tan Xing actuar así.
—Maestro Tan, todo está arreglado.
—No se preocupe, Maestro Tan, ¡con nuestra destreza, nadie nos provocará problemas aquí!
—¡Vigilaremos la Casa Tan y no permitiremos que nadie se aproxime para salirse con las suyas!
Todos los hombres al mando se golpeaban el pecho mientras gritaban. Aunque no lo decían, seguían pensando que Tan Xing estaba exagerando. No creían que fuera a ocurrir algo tan terrible en este momento y pensaban que podría estar probándolos para ver quién no obedecería sus órdenes.
Sin embargo, a Tan Xing no le importaba lo que decían y los ignoraba por completo. Siguió mirando hacia la puerta principal y de repente, sus ojos se entrecerraron, apretó los puños y todos sus nudillos crujieron con fuerza.
—¡Está aquí!
Justo cuando Tan Xing terminó de hablar, la puerta principal se abrió de golpe y se rompió en varios pedazos.
¡Zas...!
Dos miembros de la familia entraron volando y escupiendo buches de sangre en el aire; poco después murieron. Los cadáveres se estrellaron con fuerza contra el suelo y conmocionaron a todos. Los rostros de los hombres al mando palidecieron.
—¿Quiénes son ustedes? —gritó uno de ellos en voz alta.
La única respuesta que obtuvo fue otro cadáver volando. Lo patearon hacia el patio y le rompieron todos los huesos. Había sangre por todas partes y a todos se les pusieron los pelos de punta.
—¡Aay! —Alguien empezó a gritar. Era raro ver una escena tan aterradora en estos días.
Alguien entró despacio en el salón. Aquella extraña máscara sonriente y triste a la vez les provocó escalofríos a todos y hasta llegaron a sentir de repente, que su sangre había dejado de fluir. Esos ojos en particular, detrás de la máscara, eran fríos, despiadados y carentes de todo sentimiento, como si nada en este mundo pudiera emocionarlos.
—La Familia Tan —dijo el enmascarado. Su voz era ronca, como si tuviera mucha arenilla en la garganta. Aquellos ojos penetrantes miraban a Tan Xing con gran desprecio. —La Familia Tan se ha pasado de la raya y merece morir. —Su voz sonaba muy serena, pero emanaba violencia.

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