El señor Xu, el gerente de proyecto, había dispuesto que el personal les sirviera comida y agua. Cuando vio que esos hombres embarrados de lodo andaban a tropezones como si se hubieran vuelto locos, se sintió impresionado, aunque no tenía idea de lo que hacían.
-Hermano Ning, ¿puedo unirme al entrenamiento? -le preguntó con cautela a Jiang Ning, quien estaba sentado bebiendo té.
-Mejor quédate con tu trabajo de oficina. -Jiang Ning le echó un vistazo-. Si le va bien a la fábrica, puedes quedarte con algunas acciones.
El señor Xu sintió que se quedaba sin aliento. Como un empleado común, ya estaba lo suficientemente feliz por estar a cargo. Pero ¿Jiang Ning quería darle acciones?
-Ganar dinero es algo que no termina -explicó Jiang Ning—. En fin, no me hace falta, así que es más importante ser feliz.
-Gracias, hermano Ning. Gracias. -El señor Xu apretó los puños-. No se preocupe, me aseguraré de que a esta fábrica le vaya bien aunque me cueste la vida.
Estaba lleno de ánimos y motivación al irse de vuelta a seguir trabajando. A Jiang Ning no le importaba el dinero en realidad. Tenía más que suficiente como para varias vidas. Para él, no significaba mucho cuánto ganara. Sin embargo, si pudiera hacer algo más valioso, como asegurarse de que ese tipo de personas recibieran una buena recompensa y que los que vivían de manera honesta tuvieran una mejor vida, no estaría nada mal.
Levantó la mirada y distinguió al frente al hermano Gou y a los demás haciendo su mejor esfuerzo. Sabía bien que sus bases eran muy pobres. Les sería casi imposible alcanzar los estándares de él. Lo que Jiang Ning buscaba eran hombres con suficiente voluntad y resistencia.
-¿Acaso son inútiles? -les gritó-. Todos estaban gritando que no querían admitir que están derrotados, ¿qué tal ahora? ¿Lo admiten ahora?
«Esta pista de entrenamiento es tan pequeña y simple y de todos modos están así después de dos días. ¡Qué decepción! Si no pueden, piérdanse. No se queden aquí a avergonzar a su madre. Hasta las abuelitas corren más rápido que ustedes. Si no pueden, sólo admítanlo. Admitan que son unos niños tontos.
Cada palabra que Jiang Ning decía los alborotaba. Los que se habían quedado sin energía y querían descansar encontraron de repente la fuerza para golpear con furia el piso y saltar a la barra colgante de nuevo.
-No puedo ganarle al Gran Jefe en una pelea, pero ahora quisiera golpearlo.
El hermano Gou todavía tenía lodo en la boca mientras intentaba calmar la indignación en su corazón.
-No gasten el aliento, sólo háganlo. Si no supero la segunda prueba esta vez, admitiré que soy su nieto.
«¡Carajo! Abuelo, fallé otra vez.
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