Llegué a casa completamente agotada después de un día interminable. Entre la universidad y el trabajo, mis energías estaban por los suelos, pero, nada más entrar, vi que mis padres me esperaban en la sala con una expresión seria.
—Siéntate, Catarina. Necesitamos hablar —dijo mi padre, visiblemente nervioso.
—¿Qué pasa, papá? —pregunté con desgano. Lo único que deseaba en ese momento era darme una ducha y desplomarme en la cama. Sin embargo, sabía que algo importante estaba por suceder.
—Llegó la invitación de la boda de tu prima —soltó mi madre, sin más preámbulos.
—¡Esa no es mi prima! —respondí, alterada.
—Catarina, te guste o no, ella es tu prima —insistió mi madre con firmeza—. Es hora de que dejes esa actitud infantil. Melissa ya armó un escándalo aquí en casa. ¡Ya es suficiente! Es la hija de mi hermana, por lo tanto, es tu prima.
—Discúlpame, mamá, pero para mí ella ya no significa nada —repuse, intentando mantener la calma—. Se acostó con mi novio en mi propia cama. ¡Eso no se hace!
Había estado saliendo con Claudio, mi primer novio, por cuatro años, cuando lo encontré teniendo sexo con Kelly, ¡mi prima!, en mi habitación. Fue un golpe devastador. Melissa, mi mejor amiga, no se había quedado callada y se le había ido encima. Desde entonces, la situación en casa se había vuelto insoportable. Mis padres insistían en que debía superarlo y fingir que nada había pasado, pero yo no podía.
—El culpable fue él, Catarina, tu novio —argumentó mi mamá—. Kelly es una pobrecita que fue seducida. Ahora se va a casar con él para que no ser mal vista en el pueblo.
—¡Por favor, mamá! ¡No me hagas reír! Todo el mundo sabe perfectamente cómo es Kelly... —exclamé, perdiendo la paciencia.
—¡Cuida tu lenguaje, Catarina! —me regañó mi papá—. Mira, si no quieres saber nada de Kelly, está bien. Pero irás a esa boda, quieras o no. Ya basta de este comportamiento.
—¿Qué yo qué? —pregunté, creyendo que había oído mal.
—Irás a la boda de tu prima, Catarina. ¡Es una orden! Somos tus padres y vas a obedecer —dijo mi madre con evidente enojo, como si yo fuera la equivocada en esta situación.
—Lo siento mamá, pero no lo haré. Sigo sus reglas, soy una buena hija, pero esta vez no puedo. ¡Yo fui la ofendida! Tengo todo el derecho de no querer seguir siendo el hazmerreír de la familia —dije, sin poder reprimir el llanto.
—¡BASTA, CATARINA! —gritó mi padre, asustándome—. Irás a esa boda y punto final.
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