—Buenos días, señorita Galindo —dijo Rosa girándose hacia Vanesa.
Ese día, Rosa llevaba una blusa con escote en V. Mientras hablaba, sin la menor preocupación, jaló discretamente el cuello de la blusa, dejando al descubierto unas marcas de besos en su pecho.
Vanesa sintió de inmediato una oleada de náuseas, tan fuerte que apenas la pudo contener. Se dio la vuelta, con ganas de irse de ahí de inmediato.
Justo en ese momento, Raimundo salió de la cocina con un plato de huevos fritos. Al verla, le habló enseguida:
—Vane, espérame, vamos juntos a la oficina.
—No voy a la oficina —respondió Vanesa sin mirar atrás—. Voy al hospital.
—¿Al hospital? ¿Te sientes mal? —preguntó Raimundo, dejando el plato en la mesa—. Te acompaño.
Cuando iba a acercarse a Vanesa, Rosa lo agarró del brazo.
—Oye, ¿ya se te olvidó? Dijiste que hoy ibas a estar conmigo…
Su tono era vulnerable, como si estuviera a punto de llorar, pero a la vez se notaba un dejo de reproche.
Tal como Vanesa había supuesto, Raimundo vaciló y se detuvo.
Vanesa, acostumbrada ya a la hipocresía de Raimundo, ni se molestó en contestar y salió de la casa sin mirar atrás.
Raimundo miró su silueta alejarse y, sin saber por qué, sintió una inquietud inexplicable en el pecho.
Pero enseguida se tranquilizó. ¿Para qué preocuparse? Vanesa lo quería tanto… Solo porque hoy no iba con ella al hospital, a lo mucho se enojaría un rato. No había de qué angustiarse.
...
En el hospital, Vanesa se hizo todos los exámenes.
—Tu gastritis está empeorando. Te voy a recetar unos medicamentos, asegúrate de tomarlos a tiempo —dijo el médico, revisando sus resultados.
Vanesa soltó un suspiro de alivio.
Por suerte, no era embarazo.
—Señorita Galindo, ¿últimamente ha estado muy estresada? ¿Se desvela mucho? ¿No tiene horarios para comer? —el médico la miró con seriedad—. Aunque ahora es joven, si no cuida ese estómago, en el futuro puede tener problemas graves.
Vanesa forzó una sonrisa amarga.
En los últimos meses, había dado todo por ese proyecto. Ni siquiera se preocupaba por su salud.
Pero ya casi terminaba. No hacía falta seguir sacrificándose así.
—Gracias, doctor, voy a tener más cuidado.
—No solo estos días, señorita. De ahora en adelante, ya no puede continuar con esos malos hábitos.
—Sí, lo prometo. No va a volver a pasar.
Saliendo del hospital con los medicamentos en la mano, Vanesa se dirigió a la empresa.
—¿De qué hablas?
—Hace un rato, el presidente Ávalos anunció que el proyecto que tú has llevado desde el principio, a partir de hoy lo va a manejar la señorita Ávalos —contestó la asistente, visiblemente indignada.
Vanesa sintió cómo la sangre le subía a la cabeza de golpe.
Ahora entendía la actitud de Rosa hace un momento.
No era para menos. Sin mover un dedo, Rosa se adueñaba del trabajo de más de seis meses.
Vanesa se levantó de inmediato y entró en la oficina de Raimundo.
—¿Le vas a dar el proyecto a Rosa?
Raimundo, como si ya estuviera preparado para esa pregunta, la miró con calma.
—Te has esforzado demasiado —dijo con voz suave—. Incluso hoy fuiste al hospital. Me preocupa tu salud. Por eso, prefiero que Rosi se encargue del proyecto.
Vanesa soltó una risa sarcástica.
—El proyecto ya está en la recta final. Lo más pesado ya pasó. Cuando termine, ¿de quién va a ser el mérito? ¿A nombre de quién vas a poner el informe final?
Había desgastado su cuerpo por ese trabajo. Y ahora, Raimundo con una frase tibia, pretendía que Rosa se quedara con todo.
—¡Vane! —espetó Raimundo, con el gesto endurecido—. Quiero que Rosi se involucre en las siguientes negociaciones con la familia Galindo. Si logra buenos resultados, eso será beneficioso para futuras colaboraciones. ¿Podrías ser un poco más madura?

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