Emma Linares acababa de abrir la ducha cuando una gran mano le tapó la boca por detrás, impidiéndole gritar, y fue obligada a tirarse al suelo. Después, su agresor se puso sobre ella y se salió con la suya...
Emma quería gritar pidiendo ayuda, pero todo lo que conseguía eran gemidos y quejidos. El hombre que estaba detrás de ella era demasiado fuerte y la dominaba; apenas podía respirar. No pasó mucho tiempo antes de que sus piernas se volvieran gelatinosas y su cabeza empezara a dar vueltas. La ducha seguía abierta y su piel húmeda era tan suave y resbaladiza como la seda.
—¡Cómo te atreves! Te voy a matar.
—¿Por qué te resistes? Querías que lo hiciera, ¿verdad? Bueno, ¡solo estoy cumpliendo tus deseos!
El hombre gruñó feroz sin dar señales de detenerse. En lugar de eso, agarró a Emma y le dio la vuelta, tomándola por delante. Antes de que pudiera ver a su agresor, él le había tapado el rostro con una toalla, impidiendo identificarlo. Durante todo el incidente, fue incapaz de ver quién era. Cuando por fin acabó con ella, el hombre tiró una tarjeta bancaria al suelo.
—Tú fuiste quien me drogó, pero no voy a usar eso como ventaja. Aquí tienes diez millones como compensación por haberte quitado la virginidad.
La puerta se cerró de golpe y el hombre salió. Emma yacía dentro de la bañera, incapaz de moverse. ¿Quién demonios era aquel hombre? ¿Por qué había decidido que era ella quien lo había drogado?
Más tarde, cuando consultó en la recepción del hotel, descubrió que no tenían registro de esa persona, incluso los registros de vigilancia habían sido borrados. La única información de la que disponía era la de la tarjeta bancaria, cuyo titular se llamaba Abel Rivera. Los intentos de Emma por localizar a ese tal Abel Rivera la condujeron al Grupo Rivera, pero en la recepción le dijeron que el Señor Rivera llevaba tiempo afuera del país. Nadie había podido ponerse en contacto con él.
Emma se quedó aturdida, sujetando la tarjeta bancaria que contenía diez millones en su cuenta. No tenía forma de saber si el hombre que la había asaltado era el titular de la tarjeta. Buscar su paradero en Internet resultó inútil. Ese hombre le había robado su virginidad sin más y se había esfumado como si nunca hubiera existido. Todo aquello era como un sueño nebuloso. Sin embargo, la realidad no tardó en imponerse, porque Emma descubrió que estaba embarazada.
Su adinerada familia se sumió en un completo alboroto. El padre de Emma la reprendió y maldijo el día en que nació, mientras que su madrastra se lavó las manos de semejante hijastra y la echó de casa. De la noche a la mañana, Emma pasó de ser una niña rica mimada y consentida, a la z*rra de la comunidad.
...
Cinco años pasaron en un abrir y cerrar de ojos.
«¡Extra! ¡Noticia de última hora!».
Los titulares estaban en todas las noticias, captando la atención de Emma.
«Jefe del Grupo Rivera ingresado en estado crítico. Abel Rivera regresa hoy del extranjero para visitarlo».
Bajo la breve reseña aparecía la foto de un hombre con traje negro y corbata blanca. Era alto y fornido, con el rostro bien afeitado y apuesto. Sus rasgos clásicos insinuaban un aire enigmático, incluso en una fotografía de tan mala calidad, sus ojos oscuros eran fríos y decisivos.
Emma emitió un agudo silbido. ¿Podría ser este hombre tan apuesto y casi hechizante el que la había confundido con otra persona cinco años atrás? Sus hijos tenían cierto parecido con él. Se desabrochó rápido el delantal y lo tiró a un lado, luego se abalanzó y abrazó a su hijo de cuatro años.
—Ya que hoy no vas a la guardería, ¿por qué no vienes con mamá?
—¿Adónde vamos, mami?
Evaristo parpadeó con curiosidad y dejó el cubo de Rubik que sostenía.
—¡A ver a tu papá!
Después de que su familia la echara de casa y la repudiara, Emma había rehecho su vida por completo con sus propios esfuerzos. Ahora, incluso sin un hombre a su lado, sus hijos llevaban una buena vida. Por desgracia, en un golpe imprevisto del destino, a Evaristo le habían diagnosticado una enfermedad sanguínea. Emma tenía que encontrar al padre de sus hijos para poder salvar la vida de su hijo.
Media hora más tarde, madre e hijo llegaron al hospital que estaba bajo el control del Grupo Rivera, llevaban consigo una cesta de fruta como regalo. Una enfermera les informó que el Señor Óscar Rivera era el único paciente en todo el piso, y que se encontraba en una habitación VIP. Pero, cuando Emma llegó, la detuvieron varios guardaespaldas de negro.
—Espera, ¿no es esa la p*tita de la ciudad? —Dos mujeres adineradas y bien vestidas salieron de la habitación del hospital y miraron a Emma—. ¿Quién se cree que es para venir a visitar a Óscar?
—Tal vez se equivocó de planta. No está en condiciones de verlo.
—¿Cómo se llama? Ah, sí, Emma.
«¿Emma?».
Alana Lara frunció el ceño cuando escuchó mencionar el nombre de Emma y volteó de inmediato para mirar. La joven a la que los guardaespaldas impedían entrar a la habitación VIP era alta y muy hermosa. Tenía un rostro encantador y unos ojos claros y brillantes. Era, en efecto, su prima Emma. Alana se dirigió directo a Emma y la miró con arrogancia.
—¿Por qué estás aquí? Una mujer como tú no tiene derecho a visitar un lugar como éste.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Doctora Maravilla