Óscar Rivera tenía tres nietos. ¿Cuál de ellos había engendrado al niño que todos miraban? Sin importar quien fuera el padre, no podía ser Abel Rivera, el tercer nieto. Hace tiempo que estaba en el extranjero. Tal vez era el hijo de Adrián Rivera. Después de todo, todo el mundo en Esturia sabía que el segundo nieto de Óscar era un casanova y hombre de ciudad.
«¡Madre mía!».
Las mujeres adineradas y sus hijas mostraban expresiones de envidia. Después de todo, llegaron con extravagantes regalos a visitar a Óscar con el único propósito de atrapar a uno de los nietos Rivera. ¿Qué madre ambiciosa no querría que sus hijas se casaran con la familia más rica de Esturia? Por desgracia, esa joven mal vestida llamada Emma Linares se les había adelantado al presentarse con un niño a cuestas. Las otras mujeres sintieron ganas de estrangularla.
—¡Emma! —Alana estaba furiosa. Furiosa, ordenó—: ¡Sal de aquí ahora mismo y llévate a tu hijo para que no cause problemas! ¿Crees que la Familia Rivera no sabe qué clase de persona eres? ¡Como si alguno de los Rivera fuera a tener un hijo con alguien como tú!
—Eso también es cierto. —Asintieron aduladoras las mujeres ricas—. Tal vez es tan pobre que ha perdido el juicio. Ni siquiera sabe quién es el padre de su hijo, ¡así que intenta culpar al Señor Abel!
—No es más que una desgraciada intrigante con segundas intenciones, ¡será mejor que la mandes a paseo!
—¡Seguridad! —Alana le habló a los guardaespaldas—. ¡Echen a esta mujer y a su hijo para que no molesten al Abuelo Rivera!
—¡Sí, Señorita Lara! —Los guardaespaldas avanzaron amenazadores.
—¡Este es el hijo de Abel Rivera! —Emma se plantó frente a Evaristo—. ¡Si le haces daño a un pelo de su cabeza, haré que te arrepientas!
—¡Jajaja!
Todas las mujeres adineradas comenzaron a reír, incluso los guardaespaldas sonrieron en burla.
—Emma, tú si sabes cómo echar culpas, ¿verdad? Tú también eres una mentirosa. Mi prometido ha estado en el extranjero todo el tiempo, ¿crees que de repente sería capaz de engendrar un hijo contigo?
—¡Tu precioso prometido me dio esto en su momento! —Emma sacó la tarjeta bancaria y se la mostró a Alana—. El titular de la tarjeta es Abel Rivera, ¿o me equivoco?
—¿De dónde sacaste esto? ¿Crees que puedes hacer que todo el mundo te crea con una tarjeta cancelada?
Alana le arrebató la tarjeta bancaria a Emma y la partió en dos, luego tiró los trozos a la papelera. Emma se quedó de piedra. Era lo único que le había dejado el padre de sus hijos. Sin dudarlo, abofeteó con fuerza a Alana.
—¡Quita de mi vista a esta z*rra loca y a su insolente hijo!
Alana se sujetó la mejilla escocida y gruñó, apretando los dientes. Los guardaespaldas se abalanzaron sobre ella. Emma les hizo frente con una ráfaga de duros golpes y varias buenas patadas. Alana y las demás mujeres presentes se quedaron atónitas. Los guardaespaldas se desparramaron por el pasillo, gimiendo y jadeando de dolor. Alana se quedó mirando a su prima.
«¿Cuándo aprendió Emma a pelear así?».
Emma estaba considerando si continuar o no la pelea cuando se abrió la puerta de la habitación VIP y una voz aguda y severa soltó:
—¿Quién está causando tanto alboroto afuera?
El ambiente se enfrió de repente. Alana cerró la boca de inmediato, y los guardaespaldas se levantaron del suelo incómodamente avergonzados. Rosalinda Rivera, de soltera Toledo, estaba de pie en la puerta. Era la madre de Abel Rivera. Óscar Rivera tenía dos hijos y tres nietos. Abel era el hijo de su segundo hijo.
—Señora Rivera. —Alana señaló a Emma—. ¡Esa loca está armando un escándalo y yo intenté detenerla!
Rosalinda dirigió sus ojos alertas e inteligentes hacia Emma. Un leve ceño se frunció en su frente como si la reconociera. El corazón de Alana dio un salto de alegría. Emma ya era famosa, parecía que su reputación era un sinónimo en toda Esturia.
—¿Por qué está causando problemas? —preguntó Rosalinda—. Los Rivera no tienen nada que ver con ella.
—Oh, es solo una arpía causando alboroto sin razón; ¡Échala y todo irá bien! —respondió Alana.
—Se equivoca —contestó de repente Evaristo, levantando la cabeza para mirar a Rosalinda con ojos solemnes—. Hola, mujer bonita, he venido a ver a mi papá. No voy a armar un escándalo sin motivo.
«¿Mujer bonita?».
A Rosalinda se le iluminaron los ojos y se agachó para ver bien a aquel pequeño encanto.
—¿A quién le dices mujer bonita?
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