Emma no dijo nada, pero su rostro rojo le dijo a Benjamín todo lo que había que decir.
—No olvides lo que te dijo el Señor Adelmar —le recordó Benjamín—. Él y el Señor Rivera estaban…
Emma asintió:
—Lo sé. Nunca olvidé las palabras del sabio hombre.
—Me iré entonces. Alguien llevará ropa formal para ti y los niños al café.
—¡No! —declaró Emma.
Benjamín la vio de frente.
—Quiero decir que… Abel ya hizo los preparativos —explicó Emma con timidez.
Benjamín guardó silencio unos segundos antes de asentir y decir:
—De acuerdo, entonces.
A la mañana siguiente, Emma fue a arreglar los papeles del alta de Evaristo. Todos los de la Mansión Alegre, aparte de Adán, estaban presentes. Abel llevaba allí desde primera hora de la mañana.
Adrián se mostró hostil.
—Abel, te agradezco mucho que hayas salvado a mi hijo, pero lo que ocurra después no es asunto tuyo. Deberías volver a tu oficina.
—¡No te vayas, papi! —Evaristo se aferró con desesperación a la mano de Abel.
—¡Yo soy tu papi, Astro! —Adrián se agachó a la altura de los ojos del niño—. Este hombre es tu tío.
—No es mi tío. —Evaristo hizo un puchero y sacudió la cabeza—. Sol, Luna y yo queremos que sea nuestro papi.
Adrián estaba a punto de hacer un berrinche cuando Juliana se acercó a Evaristo y le dijo con suavidad:
—Sé un buen chico y sigue a tu abuelita a casa. Sol y Luna te están esperando.
—Pero quiero estar con mami. —Evaristo vio a Juliana con sus ojos de niño bueno—. Mami, últimamente no has pasado nada de tiempo con Sol y Luna porque estás en el hospital conmigo. ¿Por qué no le pides a la abuela que los deje venir a casa con nosotros?
—¡Ni hablar! —dijo Juliana enfadada—. ¡Volverás con la Familia Rivera!
—¡No quiero! —Evaristo extendió la mano hacia Emma—. ¡No quiero dejarte, mami!
Emma abrazó a Evaristo y le besó la mejilla.
—Llevaré a los niños a casa conmigo —dijo Emma—. Los vestiré para que estén lo mejor posible cuando vean a su bisabuelo.
—De acuerdo. —Lázaro asintió y le dijo a Adrián—: Recoge a Sol y a Luna de nuestra casa y llévalos a casa de Emma. Cuando ella termine de arreglarlos, puedes llevarlos a la Mansión Rivera.
—¡Sí, padre! —Adrián aceptó sin mostrar ninguna vacilación.
Lázaro se dio la vuelta para hablarle a Emma con autoridad:
—¿Te parece bien este acuerdo?
Emma sonrió y dijo:
—Es un buen plan. Estoy de acuerdo.
Ambos pensaban:
«¡Nadie puede quitarme a mis hijos (nietos)!».
Poco después de que Emma y Evaristo regresaran al café, Adrián llevó a Hernán y a Edmundo. Por fin, los trillizos volvieron a reunirse. Por la tarde, Emma ayudó a los chicos a bañarse y los vistió con los trajes que Abel les había llevado.
—¡Increíble, Señorita Linares! ¡Se ven tan hermosos! Son como el sol, la luna y las estrellas del cielo —exclamó Delia.

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