—Señor, espero que sea un hombre de palabra. Si Adrián es así, por favor, no me obligue a casarme con él —dijo Emma.
Óscar agitó la mano, derrotado, mientras decía:
—Fuera.
Emma soltó un suspiro de alivio y salió sin dudar de la habitación. En cuanto se marchó, Adrián entró en la sala y arrastró a Abel hasta el salón.
—Tienes que ayudarme, Abel.
—Tú te lo buscaste, Adrián. ¿Cómo pudiste? —dijo Abel.
—¡No esperaba que fuera tan grave! Esta mañana seguía todo bien, pero no reaccionó en absoluto durante el examen.
Abel tomó el cigarrillo que Adrián le ofrecía.
—¿En qué puedo ayudarte entonces?
Adrián encendió su cigarrillo.
—Tienes una forma de contactar con la Doctora Maravilla, ¿verdad? Por favor, pacta una cita con ella para mí. Quiero rogarle que cure mi impotencia.
—¿Ella? —preguntó Abel—. Sí, creo que ella puede hacerlo.
—Ponte en contacto con ella lo antes posible. ¡No puedo esperar más!
Abel sacó su móvil y se disponía a buscar en su lista de contactos cuando de repente se le ocurrió algo.
«Si estoy contactando a la Doctora Maravilla…».
—Espera. Necesito discutir algo con el abuelo. Llamaré a la Doctora Maravilla después.
—¿Qué es tan importante?
—¡Tiene que ver con mi futuro!
—Bien entonces —dijo Adrián con rencor—. Me da vergüenza ver al abuelo. Puedes entrar tú solo.
—Espérame. —Abel entró en la habitación de Óscar.
Óscar tenía la tensión alta por el ataque de furia del día anterior, pero su estado se estabilizó después de tomar los medicamentos. Sin embargo, tuvo que permanecer en el hospital un día más en observación. Abel entró en la habitación y cerró la puerta. El ayudante de Óscar se quedó afuera sin posibilidad de entrar. Óscar se dio cuenta de que Abel tenía algo que decirle.
—Entonces, ¿qué será esta vez? ¿Serás feliz por fin después de que muera de un ataque al corazón?
—No, abuelo. —Abel se sentó junto a Óscar—. Quiero hablar de algo contigo.
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