—Suena como si estuvieras celoso. Bueno, si estás celoso, ¿por qué no llamas a Alana y le susurras cosas dulces? No te preocupes, ¡no estaré celosa!
Abel se inclinó hacia ella y la tiró en la cama.
—¿Me estás desafiando?
—¡No es así! —gritó Emma—. ¡Mantén tus manos quietas!
—¡Creo que me estás invitando a hacer lo contrario!
Abel ya la había inmovilizado y se inclinaba sobre ella. Emma siguió forcejeando.
—¡Cuidado! ¡No me hagas golpearte!
—¿Crees que puedes darme una paliza? ¡Puedes intentarlo! —se burló Abel.
El aliento de Abel hizo cosquillas en los oídos de Emma.
—¡Desvergonzado, despreciable desgraciado!
Antes de que pudiera hacer algo, Abel le sujetó las muñecas y le besó los labios.
—Mmm.
Emma no podía respirar. Hasta ahí quería llegar Abel. Se levantó y la soltó. Solo se burlaba de la mujer y no iba a abusar de ella. Emma se sonrojó con intensidad. Pensó que él…
—¿Por qué, estás decepcionada? —Abel la vio y sonrió—. ¿Procedemos con lo real?
—¡Vete al diablo! —Emma saltó de la cama y se puso en posición de combate—. ¡En verdad lucharé contigo si llegas a eso!
—Je, je, me temo que no eres mi rival ni dentro ni fuera de la cama.
—¡Argh! —Emma resopló.
Se sentó en el sofá y lo ignoró. No se atrevió a hablarle. Abel se sentó en el sofá junto a ella, abrió un paquete de galletas de animales y se comió dos trozos.
—Hum, esto en realidad no está mal. —Le tiró otro paquete a Emma—. Deberías probar un poco.
Emma abrió el paquete de galletas y se comió una.
«Oh, ¡están buenísimas! ¿Saben tan ricos los bocadillos de los niños?».
Siguieron comiendo los bocadillos mientras de vez en cuando se lanzaban ofensas. A las diez, estaban muy llenos. Emma bostezó.
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