Benjamín, sin embargo, a propósito, o no, se interpuso en su camino, dejando a Abel agarrado a nada más que aire. La Doctora Maravilla había entrado a cuidados intensivos en el tiempo que tardó en detenerla.
—¡Ya veremos quién eres cuando salgas! —murmuró para sí en voz baja.
Una hora pasó volando. Fue entonces cuando el dúo abandonó la sala. Benjamín saludó a la multitud.
—El Señor Óscar está estable. Debería estar despierto en diez minutos.
—Gracias.
Abel le entregó el cheque de cinco millones. Benjamín no se molestó en comprobarlo y se lo metió en el bolsillo. Cuando la Doctora Maravilla salió, Abel la detuvo en seco.
—¿Tiene un momento, Doctora Maravilla?
Emma se detuvo, pero no volteó.
—¿A qué debo el placer, Señor Abel?
Bajó la voz, con un sonido diferente. A él se le frunció el entrecejo ante eso.
«¿No es Emma?».
No tuvo más remedio que decir:
—Ya salvaste a mi abuelo dos veces. Me gustaría invitarte a cenar para expresarte mi gratitud.
—No tengo tiempo —lo rechazó ella con frialdad.
Benjamín se rio entre dientes.
—Por favor, discúlpenos, Señor Abel.
Abel se quedó sin palabras cuando las puertas del ascensor se cerraron en sus narices. Alana por fin pudo dar un suspiro de alivio.
«¿Por qué estaba tan preocupada? La Doctora Maravilla no es alguien con quien los Rivera puedan permitirse cruzarse».
Todos estaban inquietos a la entrada de la sala de urgencias mientras esperaban a que Óscar recobrara el conocimiento. Alana bostezó y fue al baño, quería refrescarse. Se echó agua en el rostro para despertarse. Fue entonces cuando vio a alguien detrás de ella en el reflejo del espejo. Un escalofrío la recorrió, volteó y vio que no había nadie detrás de ella.
«Debo estar más cansada de lo que pensaba».
Pensó y volvió a lavarse el rostro. Cuando volvió a levantar la vista, había alguien detrás de ella.
«¡Un fantasma!».
La figura le cerró la boca antes de que pudiera gritar. A través del espejo, se dio cuenta de que la persona detrás de ella no era otra que Emma Linares.
«¿Emma?».
Sus ojos se abrieron de par en par, horrorizada.
—¡Socorro! Emma intenta matarme.
Abel, Adrián y su equipo de guardaespaldas acudieron a sus gritos. La dejaron tirada en medio del suelo sucio y mojado del lavabo. Tenía las mejillas hinchadas y moradas y el cabello revuelto. El olor era insoportable.
—¡Abel! —Saltó a los brazos de Abel—. Emma estuvo aquí. Intentó matarme.
Abel, sin embargo, solo la empujó.
—¡Qué tontería! Sigue encerrada.
—Tiene razón. —Adrián suspiró y se tapó la nariz para escapar del olor a excremento que había en el espacio—. Debes estar cansada. Vete a casa y descansa.
—Abel, por favor. —Las lágrimas rodaron por sus mejillas—. No estoy mintiendo. Ella tenía un bisturí. Intentó cortarme el rostro.
—¿Cuánto la odias? —Abel frunció el ceño—. ¡Intentas inculparla de cualquier cosa!
—Es verdad. —Adrián sonrió satisfecho—. Mírate, pareces una loca.
Volteó para mirarse en el espejo solo para ser recibida por la visión de su aspecto despeinado. Su propio reflejo la sobresaltó tanto, que salió corriendo de inmediato del baño para escapar de la vista de todos. En cuanto llegó afuera, vio a Emma abriendo la puerta de cuidados intensivos
—¡Emma! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Ella está aquí! ¡Está tratando de lastimar al abuelo!
Sus gritos desesperados hicieron que todos entraran corriendo a la habitación.

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