Abel entró corriendo solo para ver cómo la sombra desaparecía de la ventana.
—¡Sellen el hospital! —rugió—. ¡Atrapen a esa maldita mujer!
—Abel. —Adrián parecía dudoso—. ¿No está Emma encerrada?
Sin decir una palabra, Abel se dirigió al ascensor. Iba a comprobar por sí mismo si la mujer era Emma o no. El grupo corrió tras él. La expresión de Alana era de sombría satisfacción.
«Esta vez estás acabada, Emma».
Abel abrió la puerta del cuarto de servicio cuando llegaron al patio trasero, que estaba poco iluminado. Encendió el interruptor y encontró a Emma acurrucada en un sofá andrajoso durmiendo.
«¿Esa persona misteriosa no era ella?».
Se dio la vuelta con pereza y abrió los párpados al escuchar el alboroto de afuera, luego se estiró y le sonrió a Abel.
—Por fin has vuelto.
Era como si su mirada le atrajera. De repente, Abel se acercó a ella y la abrazó. Su figura recatada y su aroma familiar empezaron a evocar recuerdos perdidos. De repente, él sintió que aquella mujer había estado antes en sus brazos. No era un recuerdo reciente, pero por más que intentaba recordar, no le venía nada a la mente.
—Es mi mujer.
Adrián intentó liberarla de sus brazos. Pero él ya la había sacado de ahí y la había bajado al suelo.
—Deja que te pregunte. —Permaneció estoico—. ¿Qué viste anoche en la habitación de mi abuelo?
—Yo... —Emma lo pensó—. Estaba durmiendo con mis hijos, y entonces escuché que el Señor Óscar no estaba bien, así que bajé corriendo. Tenía una toalla en el rostro cuando llegué. Estaba a punto de quitársela cuando todos ustedes entraron. Es todo.
Abel frunció el ceño y murmuró:
—Vi al asesino.
—¿Lo viste? —Los ojos de ella se abrieron de par en par—. ¿Lograste seguirle la pista?
—No —dijo él—. Pero se ha demostrado tu inocencia. Eres libre de irte.
—Pero, Señor Abel. —Alana se puso frenética—. ¡Esa persona era Emma!
Abel le lanzó una mirada de disgusto y se dio la vuelta. Ella se quedó boquiabierta.
«¿Cómo es posible? ¡Esa mujer era ella!».
Emma sonrió con satisfacción. Benjamín y ella consiguieron llevar a cabo su numerito con gran éxito. Adrián la ayudó a levantarse y le preguntó, preocupado:
—¿Estás bien, querida Em?
Ella le hizo un gesto con la mano.
—Cualquier cosa que la haga feliz, jefa. Solo dígale al Señor Benjamín que me avise si necesita que limpie después si ocurren accidentes —dijo.
—Claro. —Ella sonrió—. Has mejorado. Le transmitiré tu mensaje y te conseguiré un ascenso en la próxima mitad del año.
—¡Muchas gracias, Señora Emma!
Le dio las gracias con amabilidad haciendo una reverencia a través del móvil. La vida le iba mejor con una persona tan poderosa apoyándolo.
Todo volvió a la normalidad al día siguiente. Emma dejó a los trillizos en su guardería y volvió a su cafetería para atender a sus clientes. «Clientes», pero casi siempre solo había un hombre. Su ubicación era bastante remota, por lo que había poco tráfico. En realidad, no importaba. No se ganaba el sustento con la cafetería.
Tarareaba mientras preparaba una taza de café cuando su madrastra, Alondra Lara, entró vestida con un vestido rosa con volantes.
—Vaya, una visita rara. —Emma se burló—. ¿Se ha equivocado de lugar, Señora Lara? No debería padecer Alzheimer a esta edad.
—¡Es usted la que tiene Alzheimer!
Alondra golpeó una tarjeta de invitación contra la barra.
—¡Vengo a darle una invitación en nombre de mi sobrina, la futura señora de la Familia Rivera!
—¿Invitación? —Resopló—. ¿Se va a casar con Abel? ¿Me está invitando a su fiesta de boda?

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