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La Doctora Maravilla romance Capítulo 50

Adrián casi salta de su asiento.

—¡Vaya! ¡No se les pudo ocurrir una idea mejor! Todo el mundo, Abel en especial tendrá envidia de que lleve a mis tres hijos a casa.

—No hable de Abel. Él puso triste a mamá —dijeron los trillizos a coro.

Adrián arrugó la frente.

—Pero pueden dejar esa forma de dirigirse a mí. Soy su papá.

—Para nosotros es el Señor Adrián hasta que terminemos de hacer nuestras revisiones —dijo Hernán con cara seria.

—¡Pero llaman a Abel, papi!

Adrián no estaba de acuerdo.

—Al principio creíamos que era nuestro papá. Nos acostumbramos a llamarlo así.

Edmundo hizo un puchero.

—Pero a partir de ahora solo deberíamos referirnos a él como Señor Abel. Por lo que parece, no pasó el examen —comentó contrariado Evaristo.

—Pueden contar conmigo para obtener luz verde.

Adrián apretó los puños.

Mientras tanto, en el café, Edgar rodeó cariñoso los hombros de su hermana con un brazo. Su corazón estaba con Emma mientras ella se sumía en lágrimas y tristeza.

—Déjame llevarte a mi casa a desayunar juntos, Emma. Mi esposa está allí. Ella te preparará algo rico de comer.

Emma gimoteó mientras su mente regresaba a Timoteo llorándole. Sniff, sniff, sniff. Era desgarrador ver al niño así.

—Ya, ya. Tranquila.

Edgar abrazó a su hermana y la acomodó en el asiento del copiloto antes de abrocharle el cinturón de seguridad. Edgar dejó de ser el hombre que fue en cuestión de días, desde que Benjamín le ofreció el puesto de director general adjunto. No solo su traje era de marca internacional, sino que su auto era ahora un flamante Lexus.

Gracia estaba cerca cuando regresaron a la casa. Edgar la llamó para que comprara la comida favorita de Emma cuando fueran a la casa.

«¿Por qué estaba Edgar echando leña al fuego en lugar de hacer entrar en razón a su hermana?».

Estaba a punto de callarle la bronca a su esposo cuando Edgar le hizo un guiño. Los años de vida matrimonial entrenaron a Gracia para leer la mente de Edgar.

—Así es, Emma. Deberías darle una golpiza a Alana, pero solo después del desayuno. Yo iré contigo.

—¡Exacto! ¡Come primero y dale una golpiza después!

Edgar levantó la espátula. Divertida por las bromas de su hermano y su cuñada, Emma se secó las lágrimas y dijo:

—De acuerdo. Seguiré su consejo. Comeré primero y le daré una golpiza después.

—¡Esa es mi sabia hermana! Tengo un plato más en camino. Debería volver a la cocina.

Gracia preparó la mesa y sirvió dos copas de licor fuerte. Una era para Edgar mientras que la otra era para Emma. Ella recibió el mensaje de él, conseguir que su hermana se emborrachara, así que lo último en lo que pensaría sería en salir y causar problemas. En cuanto a Alana, ya le llegaría su hora. Edgar no tardó en terminar de cocinar y servir un festín. Gracia le dio la copa de licor a Emma. Edgar levantó su copa y le dijo a su hermana:

—Salud, Emma. Tomemos el trago.

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