Abel corrió al hospital para encontrar a Óscar en estado crítico. Luis y Rosalinda ya estaban ahí. Lázaro, su tío, también acababa de llegar. Todos estaban preocupados y solo podían rezar para que el anciano sobreviviera.
—Luis —dijo Lázaro—. ¿por qué no intentas que tu contacto vuelva a suplicar al Doctor Maravilla? La vida de nuestro padre depende de ello.
—Ya han intentado contactar con él tres veces. Incluso conseguí que le ofrecieran cincuenta millones al doctor, pero dijeron que les había colgado.
—Inténtalo de nuevo, encontrarán la manera de atraparlo... tienen que hacerlo...
Justo cuando los dos hermanos se encontraban en un estado de desesperación, entró un guardaespaldas y anunció:
—Ya viene el Doctor Maravilla. Está en el ascensor ahora mismo.
Todos los presentes se sobresaltaron al instante. La zona de visitas de la habitación VIP quedó en completo silencio.
—¡Aah!
De repente, todos soltaron un fuerte grito ahogado al mismo tiempo.
—¿De verdad? ¿Viene el Doctor Maravilla? —preguntó Lázaro.
—Sí, Señor Lázaro —respondió el guardaespaldas con entusiasmo—. Está subiendo mientras hablamos.
Con voz temblorosa, Luis exclamó:
—¡Ve a verlo ahora mismo! Por fin ha llegado la ayuda.
Todos se apresuraron a salir por la puerta para encontrarse con el Doctor Maravilla. Abel también ayudó a su madre a salir de la habitación detrás de la multitud. El ascensor subía despacio, y todos se quedaron paralizados mirando el panel que mostraba la planta en la que se encontraba el ascensor. Su excitación aumentaba con el número.
—¡Ding!
El ascensor llegó a su planta y la puerta se abrió despacio. Todos los ojos estaban fijos en la puerta del ascensor. Emma fue recibida de inmediato con miradas de la Familia Rivera mientras salía del ascensor. Por suerte, nadie la reconoció, ya que llevaba un traje de protección completo y una enorme mascarilla en el rostro. El asistente que iba detrás de ella soltó un grito de sorpresa al ver a la multitud. Tanto Luis como Lázaro hicieron una cortés reverencia y saludaron a la doctora:
—Por fin está aquí, Doctora Maravilla.
El resto de la Familia Rivera siguió el ejemplo y se inclinó ante la doctora.
—Ajá —respondió Emma sin pestañear.
Pasó entre la multitud y se dirigió a la sala. Puede que no necesitara dinero, pero era difícil rechazar cincuenta millones. Además, podría salvar una vida.
—¿Qué? —exclamó Rosalinda cuando la doctora pasó junto a ella.
—¿Qué sucede, madre? —preguntó Abel en voz baja.
—Los ojos de la doctora... me resultan familiares.
—¿Qué? —respondió Abel—. Puede que este doctor sea famoso en el mundo de la medicina, pero su pasado siempre estuvo rodeado de misterio. Rara vez sales de casa, ¿cómo es posible que ya lo conocieras?
—Pero...
Antes de que pudiera terminar de hablar, vio que todos los demás entraban en la sala tras el doctor. Tanto ella como Abel trataron de alcanzarlos.
—No la han reconocido, ¿verdad, jefa? —susurró Benjamín a Emma.
—¡Menos mal! —respondió Emma en voz baja.
Después de que ambos entraran a la sala, el director del hospital que los seguía se paró en la puerta. Impidió la entrada a los miembros de la Familia Rivera.
—Solo el médico y el asistente pueden entrar. Por favor, tengan paciencia y esperen.
—Esperemos entonces —dijo Lázaro mientras se frotaba las manos—. No hay necesidad de preocuparse ahora que la Doctora Maravilla está aquí.
—Sí, papá lo logrará esta vez —respondió Luis mientras se secaba el sudor de la frente.
Con la ayuda de Benjamín, Emma se puso manos a la obra. El tratamiento de acupuntura duró dos horas. Cuando por fin salieron las dos figuras vestidas con trajes protectores, la gente que esperaba ansiosa en el salón se levantó y corrió hacia el dúo.
—¿Cómo está mi padre, doctora?
—¿Está despierto mi abuelo, doctora?
—Doctora Maravilla...
Benjamín se interpuso entre la multitud y la doctora, diciendo:
—Entren y véanlo ustedes mismos. La Doctora Maravilla está cansada, mejor nos retiramos.
—Entonces me despido de la gran doctora —dijo Abel con humildad.
—Eso no será necesario —dijo Emma mientras lo miraba.
«Esa voz... y esos ojos...».
Abel se quedó de piedra. Se quedó perplejo mientras Emma y Benjamín pasaban a su lado y salían de la habitación.
—¡Doctora! —gritó Abel mientras recobraba el sentido y los perseguía.
Sin embargo, antes de que pudiera llegar hasta la doctora y el ayudante, ambos habían entrado al ascensor y la puerta se cerró tras ellos. Abel no sabía por qué se sentía obligado a correr tras la doctora, solo sintió que tenía que hacerlo. Al no conseguirlo, Abel solo pudo regresar a la sala descorazonado. Cuando entró a la sala, el Abuelo Rivera estaba consciente y parecía estar de buen humor.
—¿Cómo te encuentras, abuelo? —preguntó Abel. Estaba embargado por la alegría.
—Váyanse todos —dijo Óscar—. Quiero hablar con Abel en privado.
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