Alondra ayudó a Alana a ponerse en pie.
—Está embarazada y se asusta con facilidad con las escenas intensas.
—Rápido, llévenla al salón para que descanse —dijo Rosalinda—. ¡Está embarazada de mi nieto!
Los guardaespaldas sacaron al hombre de entre los arbustos, lo ataron y le echaron agua fría. Al mismo tiempo, el médico de la familia confirmó que Emma estaba en efecto drogada, y se recuperaron las imágenes de vigilancia. Todo el mundo pudo ver cómo el joven se acercaba a Emma, le extendía una copa de vino tinto y la alentaba varias veces para que bebiera. Aunque ella ahuyentó al joven al poco rato, pudieron ver que su rostro empezaba a enrojecer.
—¿Quién trajo a este invitado? —rugió Adrián con rabia.
Quería cortar a ese hombre en mil pedazos.
—¡Bast*rdo! —Alana se lanzó de repente sobre aquel hombre y lo abofeteó con toda su fuerza—. ¿Cómo te atreves a drogar a mi prima? ¡Te voy a matar!
—¡Así es! —Alondra abofeteó la otra mejilla del hombre—. ¡Mereces morir por hacerle daño a mi hijastra!
El joven comprendió al instante que querían que él cargara con la culpa. No podía revelar su implicación, aunque Adrián lo matara. Si lo hacía, ¡no iba a escapar de las garras de las dos mujeres!
—¡Tenga piedad de mí, Señor Rivera! Me metí en la fiesta para conseguir comida y alcohol gratis, y me excitó ver a esa hermosa mujer. ¡Pero no conseguí ponerle un dedo encima! ¡Casi me mata antes de que pudiera hacer algo!
—¡Mereces morir!
Adrián le propinó dos puñetazos más. Abel se acercó y le dio dos patadas al joven, lo que provocó que se desmayara una vez más.
—¡Basta, los dos! —dijo Lázaro arrugando la frente—. No vamos a estropear la feliz ocasión con la muerte de ese tipo. ¡Solo sáquenlo!
—¡Esta vez se escapó con facilidad! —dijo Adrián furioso—. ¿Cómo se atreve a intentar violar a mi mujer? ¡Mejor que rece para que no vuelva a encontrarme con él!
Llevaron a Emma a la habitación de invitados para que descansara, y Adrián vigiló la entrada con los tres niños. Abel se quedó de pie junto a ellos, sintiendo que no encajaba. Adrián lo fulminó con la mirada.
—Abel, ¿no ves que aquí somos una familia? ¡Los extraños como tú no son bienvenidos!
—Entonces bajaré —dijo Abel de mala gana—. Llámame si necesitas algo.
Adrián sonrió satisfecho.
—¿Qué quieres decir? Puedo cuidar de mi esposa si necesita algo.
—Adrián, Emma es mi buena amiga. ¿Está mal que me preocupe por ella? Además, ¡todavía no es tu esposa! —dijo Abel con frialdad.
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