—Sabrina, ¿de verdad vas a abandonarnos a todos los que te apoyamos incondicionalmente por un hombre?
Sabrina respondió: —Digan lo que digan, no quiero usar la vida de otra persona a cambio de mis propios beneficios.
El presidente Rodríguez rugió: —¡Sabrina, eres una necia!
El tiempo apremiaba, y Sabrina ya no quería seguir discutiendo con el presidente Rodríguez.
Caminó rápidamente hacia la salida, dejando las voces atrás.
—¡Sabrina, te vas a arrepentir!
Si se arrepentiría en el futuro o no, Sabrina no lo sabía.
Pero lo que sí sabía era que, si no iba ahora, se arrepentiría sin duda alguna.
***
Sabrina llegó muy rápido al lugar del secuestro.
Era una villa ubicada en una zona muy apartada.
Al entrar, vio que en la sala solo había un sofá; la habitación se veía vacía, fría y deshabitada.
En ese momento, Esteban estaba sentado en el sofá fumando un puro.
Al ver entrar a Sabrina, miró la hora en su reloj.
—Llegaste bastante rápido.
Sabrina miró a Esteban. —¿Dónde está Sebastián?
Esteban no se anduvo con rodeos. Después de dar una calada al puro, se levantó del sofá y se dirigió a una habitación en el segundo piso.
Sabrina lo siguió.
Al abrir la puerta de la habitación, Sabrina vio a Sebastián atado a una silla.
Detrás de él, había dos matones vestidos de negro.
A pesar de estar sometido, el hombre mantenía un aire de nobleza y elegancia, sin verse ni un poco desaliñado.
No parecía secuestrado, más bien parecía un invitado.


VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Guerra de una Madre Traicionada