Todos se quedaron callados.
Esteban no pudo aguantar más; señaló a Sebastián y comenzó a insultarlo a gritos.
—¡Vete al diablo con tu amor de hermanos! ¡Sebastián, hoy te mato, maldito sinvergüenza!
Esteban, ciego de ira, estaba a punto de lanzarse sobre Sebastián.
Federico lo agarró del brazo.
—¡Esteban, cálmate!
Esteban sacudía la cabeza, temblando incontrolablemente.
—¿Calmarme? ¡¿Cómo quieres que me calme?! ¡Ese par de desgraciados me robaron mis acciones sin poner un solo peso!
Como si no hubiera provocado suficiente a Esteban, Sebastián sonrió con malicia:
—Gracias por el cumplido, Esteban. He hecho muchas cosas descaradas, pero algo tan descarado como esto, es la primera vez. Claro, teniendo a un maestro tan excelente como tú, Esteban, es difícil no ser un sinvergüenza. Después de todo, secuestrar a alguien para obligar a tu propia hermana a entregar sus acciones tampoco es que sea muy noble.
Esteban lo señaló saltando de rabia:
—¡Lo admitió! ¡Lo admitió!
Sebastián arqueó una ceja y dijo con un tono capaz de matar del coraje:
—Sí, lo admití. Pero me gustaría saber, ¿qué fue lo que admití precisamente?
Esteban quería seguir gritando, pero Martín lo interrumpió fríamente:
—¡Basta, Esteban! ¿No te has humillado suficiente?
Esteban miró a Martín con los ojos rojos.
—Papá, ya lo perdí todo, ¿crees que me importa humillarme?
Martín suspiró levemente y se volvió hacia Sabrina.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Guerra de una Madre Traicionada