La desesperación se aferraba a Iris como una sombra. Sebastián, notando el temblor en sus manos, entrelazó sus dedos con los de ella.
—Tranquila, te voy a sacar de aquí.
Los ojos de Iris se iluminaron con un destello de esperanza.
—¿Lo dices en serio?
—José ya está haciendo los arreglos. En cuanto todo esté listo, podrás salir. Vas a poder ver el amanecer y el atardecer todos los días.
Iris se aferró a la muñeca de Sebastián como si fuera su último salvavidas.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
En ese momento, la imagen del Chalet Eco del Bosque, cerca de Bahía del Oro, inundó la mente de Sebastián. "Ese lugar tiene que ser mío", pensó, "cueste lo que cueste".
...
La tenue luz del atardecer bañaba el estacionamiento del hospital cuando Sebastián se reunió con José Alejandro.
—Necesito que averigües cómo conseguir Bahía del Oro. No importa el costo.
José Alejandro contuvo un suspiro de frustración.
—El dueño ya dejó muy claro que no está en venta ni en renta.
"Sin posibilidad de compra o alquiler", pensó, sabiendo que cualquier otro intento sería inútil.
Sebastián, con la mandíbula tensa, encendió un cigarrillo.
—Aunque tengamos que pagar el doble o el triple del valor de mercado.
Los ojos de José Alejandro se abrieron con alarma. El lugar ya valía cientos de millones. Duplicar o triplicar esa cantidad...
—¿Qué estás esperando?
La voz cortante de Sebastián lo sacó de sus cálculos mentales.
—Iré mañana a primera hora.
A esa hora de la noche, de cualquier manera, sería imposible contactar al dueño.
...
El roce suave del lápiz contra el papel llenaba el silencio en la habitación de Isabel. Recién bañada, se había acomodado en el diván para trabajar en unos bocetos cuando unos golpes suaves interrumpieron su concentración.
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