Los segundos se deslizaban como arena entre los dedos de Ander mientras su mente giraba sin descanso. El silencio de Isabel, ese silencio que lo estaba volviendo loco, pesaba sobre sus hombros como una losa.
Camila, sentada en el elegante sofá de cuero de la oficina, observaba con una mezcla de fastidio y confusión cómo Ander revisaba su celular por enésima vez. Un mechón de cabello caía sobre su rostro mientras jugaba distraídamente con el borde de su falda, un gesto que delataba su creciente inquietud.
—¿Para qué tanta urgencia de encontrarla? —preguntó, arqueando una ceja con desprecio.
La mandíbula de Ander se tensó visiblemente. Sus nudillos se tornaron blancos mientras apretaba el celular, conteniendo apenas la furia que amenazaba con desbordarse.
—¿Todavía lo preguntas? Tú provocaste todo esto. ¿No crees que es hora de arreglarlo?
El ambiente en la oficina se volvió denso, casi irrespirable. Camila se movió incómoda en su asiento, pero su orgullo pudo más que su sentido común.
—No me digas que pretendes que vaya a disculparme con ella —soltó con una risa seca y artificial.
La mirada gélida de Ander fue suficiente respuesta. No era una sugerencia; era una orden. Por eso había enviado a Susana a rastrear a Isabel, una decisión que Camila consideraba ridícula y humillante.
"Después de cómo me trató por teléfono, ¿quién sabe qué más es capaz de hacer si me ve en persona?", pensó Camila, mordiéndose el labio inferior con nerviosismo.
El sonido de tacones sobre el mármol anunció el regreso de Susana. Su eficiencia era legendaria; no por nada llevaba cinco años como la mano derecha de Ander. Entró a la oficina con paso seguro, su tablet en mano y una expresión profesional en el rostro.
—Señor Vázquez, la señorita Allende se encuentra en el piso 26 de Torre Orión.
Ander frunció el ceño, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de confusión y sospecha.
—¿Torre Orión? ¿Qué hace ahí?
—¿Qué va a estar haciendo? —intervino Camila con veneno en la voz—. Seguramente anda buscando trabajo. Ahora que la familia Galindo la dejó sin un peso, tiene que rebajarse a buscar cualquier cosa.
—¡Como si Isabel fuera del tipo que se conforma con migajas! —espetó Ander.
La sonrisa maliciosa de Camila se ensanchó. Cualquier oportunidad era buena para denigrar a Isabel, especialmente ahora que la tenía contra las cuerdas. No entendía la obsesión de Ander por obligarla a disculparse con alguien como ella.
Ander se quedó en silencio un momento, su mente trabajando a toda velocidad. Algo no cuadraba. Isabel, la mujer que había sido capaz de enfrentarse a Esteban Allende, ¿necesitaría realmente buscar trabajo de esa manera?
—Vamos —ordenó secamente, dirigiéndose hacia la puerta sin dignarse a mirar a Camila.
—¿De verdad me vas a obligar a disculparme con ella? —La voz de Camila tembló ligeramente.
Ander se detuvo en seco. Sin voltear, su voz salió como un látigo en el aire.
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