El olor a desinfectante y el silencio sepulcral del hospital pesaban sobre Camila mientras entraba a la habitación. Sus tacones resonaban contra el suelo de linóleo, marcando cada paso con un eco que parecía amplificar su tardanza.
Valerio levantó la mirada de su teléfono. Las ojeras bajo sus ojos delataban otra noche sin dormir junto a la cama de Iris. El monitor cardíaco emitía su constante pitido, como un recordatorio incesante de la fragilidad de su hermana.
—Perdón por lo de anoche —murmuró Camila, mordiéndose el labio inferior—. Quería venir al hospital contigo, pero...
Sus dedos jugueteaban nerviosamente con la correa de su bolso mientras recordaba la discusión con Ander. La frustración aún le ardía en el pecho.
Valerio consultó el reloj en la pared. El minutero se acercaba peligrosamente a la hora de la comida.
—No te preocupes —respondió con voz cansada—. Pero ¿por qué llegas hasta esta hora?
Camila inhaló profundamente, preparándose para lo que estaba a punto de revelar.
—Me acabo de topar con Isabel.
La mención de ese nombre fue como una descarga eléctrica. Valerio se enderezó en su asiento, y una sombra de ira oscureció su mirada. La tensión en su mandíbula se hizo evidente mientras apretaba los dientes.
—¿La viste? —Sus nudillos se tornaron blancos al apretar el reposabrazos de la silla—. ¿Dónde?
El rencor en su voz era palpable. Después de días de llamadas sin respuesta y búsquedas infructuosas, por fin tenían una pista.
—En Torre Orión.
—¿Consiguió trabajo ahí? —La pregunta salió como un gruñido bajo, mezclado con una sonrisa despectiva.
Camila negó lentamente con la cabeza, sus ojos fijos en la reacción de Valerio.
—No exactamente —hizo una pausa, calibrando sus siguientes palabras—. Tiene su propio estudio ahí. Y por lo que vi... le va muy bien.
El silencio que siguió fue tan denso que podría cortarse con un cuchillo. La habitación pareció enfriarse varios grados.
—¿Estás segura? —La incredulidad se mezclaba con algo más oscuro en la voz de Valerio—. ¿No te habrás confundido?
Una risa amarga escapó de los labios de Camila.
—¿Confundirme? Imposible. Mi hermano me llevó a disculparme con ella —sus mejillas se encendieron al recordar el encuentro—. La vi cara a cara. Sus empleados le dicen "jefa".
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