El dolor de cabeza que ataca a Isabella cuando abre los ojos a la mañana es de terror. Apenas consigue enfocar la mirada hacia la ventana de dónde por dónde se filtran los rayos del sol en medio de las cortinas mal cerradas.
Durmió muy poco tiempo y la prueba de ello son sus enormes ojeras, sin mencionar que tiene los ojos completamente hinchados de tanto llorar. Todo lo que le está pasando en los últimos días son demasiado para ella.
Agarra su celular de la mesita de noche y suspira al ver la hora en la pantalla. Son más de las seis de la mañana y no hay rastros de Benedict. Seguramente no quería verla, por eso prefirió pasar la noche afuera.
Luego de un suspiro ahogado, se espabila y se levanta. Debe bajar para enfrentarse con su destino.
Camina hasta su pequeña y vieja maleta que está en una de las esquinas y la abre. Sus opciones no son demasiadas. Un par de vestidos simples y cuatro faldas con sus blusas, es todo lo que tiene. Toma uno de los vestidos y va hasta el sanitario para darse una ducha.
Cuando baja las escaleras, un hombre canoso, pero igualmente intimidante que su esposo la observa de pies a cabeza.
—Hola, tú debes ser Alessia. —El hombre, enfundado en un traje de marca azul, se levanta y le ofrece su mano. Isabella asiente levemente, todavía no está acostumbrada a que la llamen así—. Mi nombre es Antony. Soy el marido de la madre de tu esposo. Ayer no nos pudimos conocer como es debido, pero espero que seamos buenos amigos en el futuro.
—Hola —Isabella toma su mano por un breve tiempo, pero en ese instante, la puerta principal se abre y Benedict entra.
—Veo que ya conociste a mi padrastro. No pierdes el tiempo, ¿no es así? —dice él en su oído, pero por el tono y la sonrisa que le dedica, son claras señales de que está pensando lo peor de ella.
—Sí, nos estábamos presentando. Estoy en un lugar que no conozco a nadie, lo ideal es presentarme.
—O buscar otras salidas monetarias —replica él antes de dirigirse a las escaleras.
Isabella se siente chiquita ante la mirada intimidante de su esposo al subir. Sus comentarios siempre la lastiman, ya le quedó claro que cree que es una mujerzuela y él se encarga de recordárselo todo el tiempo.
Benedict sube la escalera a grandes zancadas, mientras que su mano derecha, Blas, se queda en la sala.
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