Observarlo actuar como si nada me consumía por dentro. Una rabia ardiente recorría mi cuerpo mientras veía a mi padre tomar de la mano a mi hermana y a mi madrastra para marcharse juntos, dejándonos a solas a Alexander y a mí.
Él me recorrió con la mirada de arriba abajo, como si fuera un simple insecto, una presencia insignificante. Su frialdad hacía que el dolor dentro de mí se intensificara aún más. Sin pensarlo, lo seguí al interior de la mansión, sintiendo mi pecho arder de indignación.
—Eres un desgraciado —le solté, la voz quebrada por la furia—. ¿Cómo pudiste acostarte con mi hermana el mismo día de nuestra boda? ¿Es que no tienes vergüenza, Alexander?
Se detuvo en seco. Cuando se giró hacia mí, su mirada me atravesó como un puñal, haciéndome temblar. Con una expresión imperturbable, metió las manos en los bolsillos de su pantalón y me habló con una calma que solo hacía mi dolor más insoportable.
—No quería que te enteraras de esta manera, pero ahora que nos has visto juntos en la habitación, no tengo otra opción que decirte la verdad —dijo sin titubear—. Arlette y yo tenemos una relación desde hace seis años.
Sus palabras me golpearon como una avalancha. Sentí las lágrimas acumularse en mis ojos mientras mi mundo entero se derrumbaba en un instante.
—Ella es la mujer a la que realmente amo —continuó sin un ápice de remordimiento—. Este matrimonio no significa nada para mí, jamás significó algo. Lamento que te hayas hecho falsas esperanzas.
Su indiferencia era cruel, despiadada.
—¡Basta! —le grité, incapaz de soportarlo más. Mis piernas flaquearon y caí al suelo, las lágrimas empañando mi visión—. Me lastimas demasiado, Alexander...
Él suspiró con fastidio.
—Lo siento si esto te decepciona, Aslin, pero cuanto antes aceptes la realidad, mejor para ti. Este matrimonio solo durará dos años. Después de eso, podrás irte y rehacer tu vida. Yo, por mi parte, me casaré con Arlette en cuanto todo termine.
No podía creer lo que estaba escuchando.
—Mi madre te aprecia demasiado —continuó—. Le queda poco tiempo de vida y un divorcio inmediato solo la haría sufrir. Por eso, debemos mantener esta farsa durante un tiempo. Pero no te preocupes, una vez firmemos el divorcio, recibirás una compensación de 150 millones de dólares. Con eso podrás llevar una vida cómoda.
Me miró con la misma frialdad con la que firmaría cualquier contrato de negocios. Como si mi dolor no significara nada.
—Y una cosa más, Aslin —agregó—. Espero que sepas comportarte y mantener las apariencias ante la prensa y los demás.
Apreté los puños, sintiendo una mezcla de ira y humillación.
—Pensé que te conocía, Alexander, pero ahora veo que siempre has sido un monstruo sin corazón escondido detrás de esa fachada recta e imponente —le solté con desprecio.
Él ni siquiera pestañeó.
—No me interesa lo que pienses de mí —respondió con indiferencia—. Solo quiero que tengas claro lo que te he dicho.
Sin más, se dio la vuelta y salió de la mansión.
—¡Te arrepentirás, Alexander! ¡Nunca te perdonaré por esto! —le grité con todas mis fuerzas, pero él no se detuvo.
Su silueta desapareció y yo quedé allí, tendida en el suelo, paralizada por el dolor. ¿Cómo había sucedido todo esto? ¿Por qué el destino jugaba conmigo de esta manera? Justo cuando creí que por fin podría ser feliz, todo se desmoronaba a mi alrededor.
Ahora lo entendía. Ahora todo tenía sentido. Los años en los que Alexander y Arlette desaparecían durante largos periodos de tiempo, las cenas en las que mi hermana apenas me dirigía la palabra pero siempre tenía una sonrisa cómplice para él... Había sido una completa tonta.
Unos pasos resonaron en la estancia, sacándome de mi trance.
—Señora, por favor, levántese. Está empapada, se va a resfriar —dijo una voz suave.
Levanté la mirada y vi a una mujer de unos 55 años.
—¿Quién es usted? —pregunté, secándome las lágrimas con el dorso de la mano.
—Soy la ama de llaves de la mansión. Puede llamarme Mary, si lo desea. Ahora, levántese, la acompañaré a su habitación.
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