Nataniel levantó a Reyna en sus brazos y consoló al resto:
—No nos alteremos por ello. ¿Quién sabe? Darío Alcázar podría aparecer en nuestra casa de repente y ofrecernos sus disculpas.
Sus palabras no hicieron más que agravarlos y provocar una serie de comentarios airados.
—¡Qué cara tienes para decir semejante cosa! —Leila descargó toda su rabia contra él—: ¿Acaso no sabes que todo es culpa tuya? Si no hubieras golpeado al señor Alcázar y a Míriam, ¡Samuel no habría venido a nuestra casa a armar un gran escándalo!
Penélope no podía culpar a Nataniel ya que sabía que lo había hecho por su culpa.
—Debes estar loco para decir semejante cosa, Nataniel —soltó un suspiro frustrado—: ¿por qué diablos el señor Alcázar se disculparía con nosotros? Agradeceré a los cielos si no nos responsabiliza por haberle dado una paliza, y será un milagro si continúa su relación comercial con Diva.
—Tranquilos, todos —dijo Nataniel con aire de despreocupación—. Estoy seguro de que mañana aparecerá para disculparse. Pueden creer en mi palabra.
Penélope y el resto no podían creer en su palabra. Ofrecer disculpas era, en concreto, algo que iba en contra de la naturaleza insolente de Darío Alcázar, pues él había sido humillado de forma tan devastadora. ¡Los cerdos volarían si eso se hiciera realidad!
Aunque encontrara su conciencia y se arrepintiera, era en sí, imposible que se presentara en su casa y se disculpara, al menos desde el punto de vista físico.
Esto se debía a que Darío Alcázar seguía en el hospital cuidando su pierna rota, todo gracias a Nataniel. ¿Sería posible que el Sr. Alcázar saliera del hospital con muletas y se arrastrara hasta ese lugar para ofrecer una disculpa? Era por completo inconcebible.
Los labios de Bartolomé se curvaron con desdén ante los caprichosos parloteos de Nataniel.
—No es momento de ideas fantasiosas —bromeó con sobriedad—, vayamos al grano y pensemos en cómo ofrecer una disculpa que agrade al señor Alcázar. Penélope, mañana iremos al hospital a visitar al señor Alcázar y buscar su perdón. Nataniel, será mejor que nos acompañes.
Con esas instrucciones, Bartolomé esperaba que pudieran apaciguar al señor Alcázar cuando lo visitaran mañana en el hospital. Pronto, él y Leila se retiraron para pasar la noche.
Mientras tanto, Penélope llevó a Reyna al baño para que se bañara. Nataniel aprovechó para salir al balcón y llamó a César Díaz:
—César, quiero que te pongas en contacto con Tomás Dávila y te asegures de que...
Esa noche, Penélope se esforzó por acostumbrarse a que Nataniel durmiera en su habitación con Reyna, a pesar de que solo dormía en el suelo.
Le informó de algunas normas de la casa antes de acostarse.
—He oído hablar de los desagradables comportamientos de los hombres al dormir. Te agradecería que te comportaras y mostraras algo de decencia básica.
—¿Ah? —Nataniel se quedó sin palabras—. ¡Claro! —contestó divertido.
Reyna observó con curiosidad cómo Nataniel extendía un colchón en el suelo.
—Mamá, ¿por qué papá no duerme contigo?
Penélope se sonrojó ante la pregunta, intentando hacerla pasar por enfado.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —reprendió—: ¿Qué te hace pensar que mamá y papá tienen que dormir juntos? Es tonto…
—¿No es eso lo que siempre hacen en la televisión? —Reyna parpadeó con sus ojos inocentes.
—Esos programas están teniendo una mala influencia en ti —Penélope amonestó—: nada de televisión para ti durante dos días.
Reyna hizo un mohín con los labios y se enfurruñó, preguntándose qué había hecho para merecer eso.
...
A la mañana siguiente, los Sosa se despertaron con un maravilloso aroma. Cuando se dieron cuenta de la deliciosa comida que Nataniel había preparado, los adultos intercambiaron miradas entre sí mientras Reyna se desbordaba de alegría:
—¡Guau! ¡Qué rico!
Era un desayuno repleto de nutrientes. La mesa estaba llena de cereales, huevos, leche y frutas.
Bartolomé mantuvo la compostura mientras miraba furtivamente a Nataniel.
—Acérquense todos. —Sacó una silla y se sentó—: nos espera un largo día. Tenemos que dejar a Reyna en la guardería y comprar algunas frutas y flores antes de visitar al señor Alcázar en el hospital —murmuró—: recemos para que nos perdone y no siga con el asunto.
Apenas había terminado de murmurar cuando alguien llamó a la puerta:
—Hola, ¿hay alguien en casa? —Llegó una voz educada desde el exterior de la casa.
—¿Quién puede ser a estas horas? —dijo Leila mientras fruncía el ceño.
—¿Probablemente algún vendedor que quiere vender purificadores de agua? Yo abro —ofreció Penélope mientras se dirigía a la puerta—. Pero… ¡cómo puede ser...! —Penélope abrió los ojos como platos al abrir la puerta—: ¿Qu… qué hace usted aquí? —Dejó escapar un fuerte grito de sorpresa.
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