Nataniel dijo con frialdad.
—Pensé que habías dicho que te podía pedir que hicieras cualquier cosa. Te daré diez mil por una flexión. ¿Es muy difícil para ti?
Maya abrió aún más sus ojos. Aunque se sentía humillada, ya que él le estaba pidiendo a una mujer hermosa y pequeña como ella que hiciera flexiones, sucumbió ante la tentación monetaria. ¡Diez mil por cada flexión!
Arrastrando los pies a una esquina, empezó a contar.
Al lado suyo, Tomás estaba haciendo su mejor esfuerzo por contener su risa.
Mientras tanto, la mirada de Nataniel estaba fija en el exterior. Había un grupo de personas vestidas de colores brillantes, quienes habían aparecido fuera de la habitación. Eran José Miranda, Enrique López, Samuel Sosa y su padre.
Ese grupo fue acomodado en otro cuarto privado en cuanto llegaron.
La primera pelea de la noche estaba a punto de comenzar. Los nombres artísticos de los dos peleadores eran Toro de Fuego y Sabueso Gris respectivamente.
Ya que ambos tenían un físico y porte muy similares, las apuestas estaban divididas a la mitad.
La audiencia apostó con mucho entusiasmo en el que consideraban como el mejor boxeador.
José Miranda y los Sosa estaban muy emocionados por este tipo de sangrientas peleas. Y cada uno apostó más de diez mil.
En el cuarto privado de al lado, Maya alentó su ritmo después de solo cincuenta flexiones. Estaba empapada de sudor y miró a Nataniel con desesperación en sus ojos.
Por supuesto, esperaba que cumpliera su palabra y le pagara quinientos mil.
Tomás le preguntó.
—¿Señor, apostaremos en esta pelea?
—Bueno, si no lo hacemos, será aburrido y sin importancia. Apostemos solo un poco —replicó de forma casual.
Al oír esto, Tomás sacó una tarjeta de crédito y se la arrojó a Maya, pidiéndole que apostara diez millones a que Sabueso Gris ganaba la pelea.
Él era un profesional también y podía apreciar que Sabueso Gris era por mucho el mejor peleador de la pelea.
Al principio, Maya estaba preocupada de que no pagara. Sin embargo, ¡no esperaba que apostara diez millones de un tirón!
Ella estuvo deleitada al instante al mirar al generoso hombre frente a ella. Ya que estaba segura de que pagaría los quinientos mil por las flexiones que había hecho.
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