Cuando Adriana volteó, vio a Héctor. La abrazaba con fuerza, como su protector. Pudo ver la nostalgia y el dolor en sus ojos. En ese momento, Adriana sintió que las emociones se agolpaban en su interior, como si hubiera regresado al pasado.
-Señor Perrera...
La Señorita Hortega abrió los ojos de golpe y pensó que estaba viendo cosas.
-Tu mano... -Al ver la herida en la mano de Adriana, Héctor alzó las cejas y le ladró a la Señorita Hortega—: ¿Qué le da derecho a tocarla?
—Mmm...
La Señorita Hortega se asustó tanto que sintió un escalofrío en la columna vertebral.
-El Señor Perrera, la Señora Perrera y Santiago acaban de salir.
Le recordó de manera dócil la Señorita Zamora, al suponer que Héctor había confundido a Adriana con Selene. Al oír esas palabras, Adriana recuperó el sentido. «Así es, Héctor está casado con Selene ahora y hasta tienen un hijo. No debería tener más fantasías». Con ese pensamiento en mente, Adriana apartó a Héctor de inmediato y se hizo a un lado.
-Lo sé, yo les pedí que se fueran a casa.
Héctor recuperó su elegante comportamiento habitual. Al mirar a los dos niños frente a Adriana, una súbita mezcla de emociones envolvió su corazón. Roberto y Patricio se habían apresurado a proteger a su madre cuando la Señorita Hortega se enfrentó a ella. Solo que Héctor se les adelantó. En ese momento, se pusieron en guardia frente a Adriana con los puños cerrados, como pequeños leones mirando a Héctor con recelo.
—¡Mami!
En un rincón, Diana, que era sostenida por la Señora Fresno, abrió sus ojos llorosos y miró con miedo.
-¿Son... tus hijos?
Héctor miró a Adriana con complicidad.
-¡Sí!
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