Matrimonio arreglado romance Capítulo 16

Los policías se llevaron a Ricardo tras obtener una confesión suya. Mientras Catalina observaba a los hombres marcharse, cambió con cuidado su forma de sentarse, ya que aún podía sentir el tacto de Adrián quemándole la piel. Estaba empeñada en demostrar su inocencia ante los policías contra Ricardo y no se dio cuenta de lo cerca que estaban ella y Adrián. Ahora que eran los únicos que quedaban en la habitación, casi podía saborear la fragancia del romance en el aire. La luz tenue contribuía a hacer el lugar aún más sensual de lo que podía ser. Casi podían sentir la respiración del otro desde donde estaban. Catalina se sintió bastante incómoda, ya que no solía acercarse a nadie, pero en el momento en que ella se movió, él también se alejó. La mano de él en su cintura le dejó una marca, haciendo que se sonrojara de emoción. Después de que el resto de la multitud se hubiera ido, se mordió el labio y preguntó:

-Señor Bonilla. No hay nadie más aquí. Ya no tenemos que fingir que somos cercanos.

La razón por la que había llamado a Adrián «maridito» era porque tenían que dar un espectáculo a los demás.

Él retiró su mano pero la atrajo hacia sus brazos. Catalina sintió su profunda voz vibrar con preocupación a través de su pecho.

-No me acabas de llamar Sr. Bonilla.

Estar tan cerca de Adrián hizo que la mente de Catalina se desconectara por un momento. Cuando le vino a la mente el recuerdo de haberlo llamado «maridito», sintió que su cara ardía de vergüenza. Ella le apartó los brazos y dio unos pasos hacia atrás.

-Catalina. —En lugar de abrazarla, se dirigió hacia la ventana y se quedó parado con los brazos cruzados—. No me gustan las mujeres que mienten. -Catalina ladeó la cabeza, confundida—. Dijiste que no sabías nada de artes marciales.

Ricardo podía ser viejo, pero era un hombre grande que resultaría ser un oponente formidable para Catalina, que era menuda y estaba drogada. ¿Cómo pudo luchar contra él y acuchillarlo dos veces?

-No he mentido.

Catalina frunció los labios con culpabilidad cuando se dio cuenta de lo que estaba preguntando.

—Aprendí algunas artes marciales básicas. Después de todo, he sido doble de acción durante mucho tiempo.

Los ojos de Adrián se entrecerraron con desconfianza.

-Ricardo también es un hombre débil. -Catalina bajó la mirada, esforzándose por inventar alguna excusa porque, en efecto, estaba entrenada con algunas habilidades de artes marciales.

Cuando Cristóbal se dio cuenta de lo gentil que era, le enseñó algunas habilidades de artes marciales, pero le había advertido que no informara a otras personas de que sabía luchar, del mismo modo que le dijo que ocultara su marca de nacimiento.

Catalina no sabía por qué Cristóbal le aconsejó hacerlo, pero cumplió su palabra. Sin embargo, en el breve lapso de tiempo en que reflexionó sobre su viaje, Adrián había agarrado su muñeca. Catalina lo miró, mientras este la miraba con los ojos entrecerrados.

—¿Qué estás...?

¡Crac! Le dobló la muñeca hacia arriba, causándole un esguince.

—Te dije que yo no era fuerte, Ricardo era el débil.

Sentada en el asiento trasero del coche, Catalina miraba con tristeza su muñeca vendada, mientras que Adrián se sentaba taciturno a su lado.

—No esperaba que fueras tan débil.

Sólo la estaba poniendo a prueba y no esperaba que se torciera la muñeca. Su rostro un poco molesto lo hizo sentirse exasperado. «¿Cómo pudo una mujer tan tímida y gentil asumir el papel de una doble?». La curiosidad se apoderó de su mente al preguntarse cómo era ella en el trabajo.

Pronto, el coche entró en la Residencia Bonilla.

Mientras Ariel se sentaba en la cornisa de piedra de la puerta de entrada, Alberto corrió hacia el coche, gritando:

-Papá, ¿está bien mamá?

En el momento en que Catalina salió del coche, Alberto se abrazó a sus piernas y se quedó mirando la mano derecha vendada de Catalina.

-Mamá, ¿estás herida?

—Es sólo un esguince.

Alberto gruñó:

-El hombre malvado lo hizo, ¿no?

Tomando asiento frente a Catalina, Adrián la miró de forma fija y frunció el ceño ante el comportamiento de sus hijos. ¿Cómo podían sus hijos hacerlo sentir como un extraño? Él era su padre. Sin embargo, cada vez que su mirada se posaba en la muñeca derecha vendada de Catalina, sentía que un sentimiento de arrepentimiento brotaba en su corazón. Preocupado, Adrián puso algunas verduras en el plato de Catalina.

-¡Gracias! —Catalina asintió con la cabeza antes de intentar sujetar algo de comida, pero sólo podía usar su mano izquierda debido a su lesión.

Sin embargo, al ser diestra, apenas podía mantener el nivel de los utensilios: ¡sujetar la comida era demasiado para ella! Al ver que se abría paso con torpeza durante la cena, Alberto dijo:

-Papá, por favor, alimenta a mamá. Está herida. Deberías cuidarla ya que eres su marido.

La cara de Catalina estalló de rojo al escuchar el razonamiento del joven. Pero para su consternación, Adrián se levantó y se acercó a ella. Podía oler su aroma varonil cuando estaba cerca de ella, haciendo que se sonrojara aún más. Se sentó junto a ella y sujetó sus utensilios.

¿Iba a alimentarla?

-¡No! ¡No, puedo hacerlo yo misma! -Catalina agitó las manos en señal de rechazo, sabiendo que cuando él estaba cerca, apenas podía respirar.

¡Se moriría de vergüenza y alegría si él la alimentara!

—Deja de mentir... ¿Cómo podrías alimentarte si ni siquiera puedes sostener bien los utensilios? —señaló Ariel sin rodeos.

-¡Cierto! Sé una buena chica, mamá. -Alberto le sonrió de forma picara-. ¡Todos los personajes principales de las telenovelas se comportan así también!

Aunque la cara de Catalina ardía de vergüenza, se volvió hacia Alberto y empezó a sermonearle:

-Tienes que dejar de ver esas telenovelas. Sé como tu hermano mayor. Mira lo estable y maduro que es...

-Creo que Alberto tiene razón: papá debería alimentar a mamá. -Levantando la cabeza despacio, Ariel interrumpió su breve discurso, haciendo que Catalina se callara.

-Abre la boca. -Una voz profunda y seductora sonó.