Luna se levantó del suelo con un semblante apagado y planeó ir a recoger sus cosas.
Sin embargo, al bajar por la escalera de caracol, escuchó los murmullos entre los sirvientes.
—El señor se fue con un rostro sombrío.
—Quiero regresar a trabajar en la mansión, no aquí, sirviendo a esa mujer.
—Exacto, su hija es también un desperdicio. ¿La has visto?
—No, dicen que desde que nació no ha salido del hospital. Es pura enferma. Tener a esta madre e hija en la casa es realmente un maldito infortunio. Si yo fuera el señor, ya las habría echado.
—Es cierto que esa mujer es un poco desafortunada, pero si hubiera tenido un hijo, su situación sería mejor.
—No vale la pena tener compasión en ella. ¿No lo sabes? Hace años, usó trucos sucios y quedó embarazada para casarse con el señor. De lo contrario, con su condición, ¿cómo podría haberlo logrado? Para castigarla, Dios la hizo dar a luz prematuramente y, además, tuvo solo una hija que no sabe hablar.
—¿Qué? ¿Es muda? ¿O tiene alguna discapacidad intelectual?
—Pues no lo sé. De todos modos, la familia Muñoz no reconoce a esa niña. ¡Shh, ahí viene ella! No siguen con el tema.
—¿Por qué tienes miedo? ¿Y qué si nos escucha? Aunque se queje, ¿quién le creería?
Cuando escucharon que Luna bajaba, las dos sirvientas se dieron la vuelta, mostrando en sus rostros una expresión de desdén y encima, de arrogancia.
Luna escuchó claramente la conversación. Resultaba que, en esa villa, incluso las sirvientas la consideraban así… Les dijo indiferente:
—A partir de mañana, ustedes regresan a la Mansión. No tienen que seguir trabajando aquí.
—Pues me alegro de hacerlo —una de las sirvientas se rio despectivamente.
—Exacto, ¿por qué tiene esa confianza de ser la dueña? —la otra también se quejó.
Dicho esto, se quitó el delantal y lo arrojó al suelo mientras se marchaba sin mirar atrás.
La villa estaba ahora vacía.
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