Amelia volteó para ver quién era y, para su sorpresa, se topó con Ricardo.
En ese instante, el ceño de Amelia se frunció.
—Señorita Soto, no se vaya a malinterpretar, no la estoy siguiendo. Justo tenía una cita con un cliente por acá y, mira tú, resultó que íbamos en la misma dirección —explicó Ricardo.
—Vaya coincidencia —respondió Amelia con voz serena, sin dejar entrever sus emociones.
Ricardo ni se inmutó:
—Por eso dicen que el destino a veces no se puede negar, ¿no cree, señorita Soto?
Al decir esto, Ricardo ya se había girado para mirarla directo.
Amelia lo observó y preguntó:
—Señor Ricardo, si tiene una comida pendiente, ¿qué hace por aquí?
—Todavía falta para la hora de la comida —contestó Ricardo—. Vine a estacionar el carro por esta zona y al ver que estaba sentada aquí sola, pensé en pasar a saludar.
Tras decirlo, quizá temiendo que Amelia no le creyera, levantó la mano y señaló el centro comercial del otro lado de la calle:
—Mi cliente me citó allá. ¿Usted tampoco ha comido, verdad? ¿Por qué no me acompaña? ¿Se anima a ir a comer algo conmigo?
Amelia ni lo pensó antes de rechazarlo:
—No, muchas gracias, señor Ricardo.
Ricardo soltó una risa un poco incómoda:
—No tiene que estar tan a la defensiva conmigo, señorita Soto. Admito que antes fui algo arrogante y dije cosas que no debí, espero que no lo tome personal.
Amelia lo miró confundida:
—¿Señor Ricardo, está seguro de que no me está confundiendo? ¿Nos conocemos de antes?
Ricardo la miró con desconfianza, como queriendo averiguar si era una broma.
—¿De verdad no se acuerda, señorita Soto?
Amelia frunció el entrecejo:
—¿Acordarme de qué?
Ricardo terminó de escribir y, acercándose un poco a Amelia con el celular en la mano, preguntó:
—¿Sí está bien escrito el correo?
Sin poder evitarlo, Amelia se inclinó para revisar el teléfono y confirmar que la dirección fuera la correcta.
...
Justo en ese momento, Dorian pasaba en su carro por la avenida de enfrente.
Con una mano en el volante, seguía las indicaciones del GPS buscando la dirección del fraccionamiento Cristina.
La aplicación marcaba que faltaban unos doscientos metros para llegar, por lo que iba manejando despacio, atento al entorno, mientras en su oído sonaba la voz de Marta a través del auricular bluetooth.
Como en la mañana Amelia le había dicho que después de dormir a Serena iría a ver a Frida, él estaba llamando para confirmar dónde andaba Amelia.
[Meli salió desde las dos —informó Marta, siempre al pendiente—. Dijo que iba para la zona del lago, pero no estaba segura de a dónde exactamente. Hace rato llamó para avisar que le salió un imprevisto y que no regresaría a cenar, que si podía llevar a Serena a comer algo.]
Mientras escuchaba el reporte de Marta, Dorian alzaba la vista distraídamente, y justo en ese momento, ahí bajo la sombra de un árbol, alcanzó a ver a Amelia sentada al lado de Ricardo, los dos revisando juntos la pantalla de un celular.
La sorpresa lo sacudió tan fuerte que pisó el freno con fuerza. Las llantas del carro chillaron contra el asfalto con un agudo —¡chiirr!—

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