El bullicio de la avenida ahogaba hasta el sonido de las llantas rozando el pavimento.
La inercia al frenar hizo que el carro avanzara un poco más antes de detenerse por completo.
Dorian empujó con destreza la palanca de velocidades, movió el pie al acelerador y, tras pasarse de largo, hizo retroceder el carro lentamente. Sus ojos, penetrantes y atentos, se posaron entonces en Amelia.
Ella ni siquiera se dio cuenta; estaba atenta a la pantalla del celular que le había pasado Ricardo.
Quién sabe de qué platicaban, pero Dorian la vio sonreírle a Ricardo y asentir con la cabeza, y a cambio, él también le sonrió.
Pero lo que de verdad le molestó fue la manera en que Ricardo la miraba…
Dorian frunció el ceño de golpe; ese tipo de mirada, la de un hombre que aprecia y al mismo tiempo desea a una mujer, la había visto incontables veces en Rafael Iglesias.
Uno apenas y se había ido, y ahora de la nada surgía otro.
La mano de Dorian, apoyada en el volante, apretó con fuerza el aro, su pecho ardiendo de rabia mezclada con una sensación de impotencia que lo desgastaba por dentro.
Recordó la primera vez que Amelia conoció a Ricardo: él se mostraba altivo, como si nada le interesara, casi reacio a interactuar. ¿Y ahora? Bastaron unos días para que toda su actitud cambiara y, sobre todo, su mirada.
Dorian sabía perfectamente en dónde estaba el problema.
Era obvio que la propuesta de diseño de Amelia no solo lo había conquistado profesionalmente, sino que ahora toda su atención recaía en ella como persona.
Amelia, además, tenía esa belleza tranquila y cercana, como la chica buena onda que vive en la casa de al lado, con esa dulzura y aire de inocencia que despierta el instinto de protección en cualquiera. Su personalidad era suave, serena, y así, no era raro que los hombres se sintieran atraídos, en especial alguien como Ricardo, que valoraba el talento y buscaba una conexión más allá de lo superficial.
Si esto hubiera pasado antes de que Amelia recuperara la memoria, Dorian jamás se habría preocupado por la competencia. Sabía que ella solo tenía ojos para él y que no se fijaría en ningún otro.
Con Amelia, él tenía una fe absoluta.
Pero ahora… tras recobrar sus recuerdos, ella ya no lo quería. Eso significaba que tenía el mundo entero a sus pies, muchas más opciones abiertas.
Y Ricardo, definitivamente, era un tipo sobresaliente.
Su pasión por la arquitectura tradicional, por los diseños que evocaban otras épocas, hacía que compartiera muchas aficiones con Amelia.
Antes, ni siquiera la trataba bien, y aun así, Amelia no guardó rencor y siguió acercándose. La tolerancia que le tenía a Ricardo era mucho mayor que la que tenía para él.

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