—¿Qué pasó ahora?
Frida preguntó con una mezcla de desconcierto y curiosidad.
Amelia apretó los labios y negó con la cabeza.
—No es nada.
La mirada de Frida pasó de Amelia a Dorian, buscando una respuesta menos evasiva.
Pero Dorian ya había cambiado de tema.
—¿Sigues en lo mismo de siempre? —preguntó, queriendo desviar la atención.
Frida sonrió y asintió.
—Aparte de lo de siempre, no sé hacer otra cosa —respondió, aunque sus ojos seguían atentos a Amelia, preocupada por su amiga.
Amelia permanecía sentada en silencio, moviendo la cuchara en la sopa de cebolla sin mucho ánimo, la vista perdida en algún punto lejano. Aunque su expresión era tranquila, el peso de la tristeza la envolvía como una sombra, y era evidente para cualquier que la mirara con atención.
Frida nunca había visto a Amelia así, tan apagada. Recordaba que, cuando se divorció, aunque estuvo destrozada, siempre tenía un plan para el futuro. Entre el dolor, mantenía esa chispa de optimismo y energía que la hacía especial. Sus ojos brillaban con esperanza, siempre esperando algo bueno, como si la vida todavía le debiera algo hermoso.
Pero ahora, incluso cuando intentaba ocultarlo, Amelia parecía hundida en una tristeza profunda, con un aire de resignación y derrota que no había mostrado antes. Era como si se hubiera rendido ante sus propias desgracias.
Frida recordaba bien que, cuando Amelia había perdido la memoria, era otra persona: sencilla, alegre, sin preocupaciones. No entendía qué había pasado en tan poco tiempo para que su amiga se transformara así.
Y lo de Dorian tampoco tenía explicación. En aquella época, él la consentía tanto que a todos les daba envidia, pero ahora…
—Está bien, tú ve, nosotros nos quedamos —respondió Frida, aliviada, casi despidiéndose con la mano antes de que él terminara de hablar. Con Dorian ahí, ni sentarse tranquila podía.
Dorian apenas asintió, y antes de salir, lanzó una última mirada a Amelia, pero ni siquiera se despidió. Dio media vuelta y se fue, sin más.
Amelia ni siquiera levantó la vista. Solo siguió bebiendo su sopa en silencio, como si el mundo a su alrededor no existiera.
Frida esperó a que la puerta del privado se cerrara para soltar el aire que había estado conteniendo. Entonces, no pudo más y encaró a Amelia:
—¿Qué onda con ustedes dos? ¿Por qué traen esa cara de amargados y ni se hablan? Antes estaban mucho mejor, ¿o no?
—Nunca estuvimos bien —contestó Amelia, dejando la cuchara sobre la mesa y mirándola directo—. Antes, lo soportaba porque no había cómo escapar y, por Serena, tenía que fingir que todo estaba normal.
—¿Cómo? —Frida frunció el ceño, sin poder creer lo que escuchaba.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi Frío Exmarido (Amelia y Dorian)