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Mi Frío Exmarido (Amelia y Dorian) romance Capítulo 1277

Dorian le lanzó una mirada a Cristina y, con voz tranquila, ordenó por teléfono:

—Detengan todo por ahora.

Acto seguido, dirigió la mirada hacia ella y extendió la mano, sin decir palabra, pero su presencia era tan imponente que no hacía falta más.

Cristina, sin atreverse a perder tiempo, levantó la mano para secarse las lágrimas mientras se dirigía a su habitación. Al poco rato, regresó con una pequeña grabadora en forma de botón y un celular viejo.

—Esto es la grabación del trato entre Enrique y Otto —explicó Cristina—. Nosotros nunca hemos visto a Otto en persona, él ni siquiera está en el país. Solo lo conocimos una vez en videollamada cuando mi hermana Valentina nos lo presentó, después todo fue por teléfono, él organizaba todo desde allá. Enrique y Otto no se conocían, pero como era mucho dinero, Enrique se arriesgó. De todas formas, tenía miedo de que fuera una trampa, así que siempre grababa las llamadas, tanto en el celular como en la grabadora, por si acaso.

Dorian tomó la grabadora y el celular, les echó un vistazo rápido y preguntó mirando a Cristina:

—La noche en que todo salió mal, ¿Otto estuvo manejando las cosas a distancia?

Aunque era una pregunta, su tono daba por hecho la respuesta.

Cristina bajó la cabeza, sin atreverse a ocultar nada, y asintió:

—Sí, Otto le dio a Enrique un receptor de voz. Seguro que alguien le iba contando lo que pasaba en el lugar, y él iba dándole instrucciones a Enrique o vigilando que hiciera todo como debía.

Dorian agitó la grabadora en su mano.

—¿Y Enrique también grabó esa noche?

Cristina volvió a asentir.

—Eso dijo. Todo está aquí, en la grabadora.

Dorian asintió y apretó el botón de reproducción, mientras encendía el celular viejo.

—¿El celular tiene grabaciones o solo mensajes?

Preguntó, revisando el aparato.

—Las dos cosas —Cristina se acercó y le mostró en qué carpetas estaban los archivos.

Dorian echó un vistazo rápido a las conversaciones y después abrió la sección de grabaciones. El contenido era el mismo que en la grabadora: la voz de la otra persona ya había sido distorsionada.

Yael ya había volado a Maristela esa mañana bajo las órdenes de Dorian.

Cuando Dorian llegó al hotel, Yael ya lo estaba esperando en la suite que él había reservado.

Serena y Marta también estaban ahí.

La noche ya había caído. La niña pequeña había cenado y se había bañado junto con Marta, pero aún no se iba a dormir: esperaba a que Dorian y Amelia regresaran.

Apenas Dorian cruzó la puerta, la niña, que jugaba tranquilamente con sus bloques en un rincón, los dejó caer y corrió directo hacia él.

—¡Papá! —su vocecita resonó llena de energía, mientras abrazaba la pierna de Dorian. Al tiempo, se asomó, buscando a alguien detrás de él—. ¿Y mi mamá?

El nombre de Amelia le provocó un pinchazo en el pecho a Dorian. Se volvió hacia Marta y preguntó:

—¿Amelia todavía no llega?

—Ha de estar por llegar —respondió Marta, mirando también hacia la puerta—. Hace un rato llamó para avisar que venía en camino.

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