—¿De verdad?
Los ojos de Serena brillaron de emoción, se veía sumamente ilusionada. Mientras preguntaba, volteó hacia el interior de la casa.
—¿Dónde está la madrina?
—La madrina está afuera —respondió Amelia, tomando su mano con suavidad y preguntándole en voz baja—. La madrina nos invitó a quedarnos unos días en su casa, ¿te gustaría ir, Serena?
Serena asintió con entusiasmo, sin poder contener la sonrisa.
—¡Sí! ¡Quiero ir!
Dorian ya había regresado a la casa. Se apoyó con indiferencia en una pared cercana, observando sin expresión a Amelia y Serena.
Aunque Amelia no discutió directamente con él, el modo en que consultaba la opinión de Serena dejaba claro que lo que ella decidiera sería lo que se haría. Si Serena quería ir con Frida, Amelia la llevaría. Si no quería, entonces no irían.
Pero una niña de poco más de dos años, con la curiosidad desbordante por el mundo exterior, no iba a rechazar una invitación así. Es más, si le preguntaban si quería bajar a la plaza, seguro contestaría que sí sin pensarlo. Mucho más cuando se trataba de ir a casa de Frida.
Serena, todavía con la emoción a flor de piel, se acordó de su papá y levantó la mirada para preguntarle:
—¿Papá, tú también vas a ir?
—Creo que no podré ir esta vez —intervino Amelia con voz suave, respondiendo antes de que Dorian dijera algo—. En casa de la madrina no hay suficientes habitaciones.
Aquello era cierto. Frida, aunque había rentado una casita con patio, apenas tenía dos cuartos y una sala. Como no solía recibir visitas, sólo había acondicionado un dormitorio y un estudio.
Dorian le dirigió una mirada, como diciendo que sabía que eso no era más que una excusa. Amelia simplemente no quería que él fuera y estaba usando esa razón para convencer a Serena.
Pero Serena no se desanimó. Al contrario, respondió enseguida:
—No importa, papá tiene muchas casas, puede comprar otra.
Amelia se quedó sin palabras.
Dorian volvió a mirarla, con la misma expresión distante. No decía nada, pero sus ojos oscuros no se apartaban de ella. Se cruzó de brazos, apoyándose aún más en la pared, como si esperara algo.
Aunque Amelia no volteó a verlo, sentía perfectamente la intensidad de su mirada. Lo conocía demasiado bien, y ese tipo de presencia era imposible de ignorar.
—No es tan fácil comprar una casa tan rápido —le explicó Amelia a Serena, tratando de sonar tranquila.
—Ah —respondió Serena, como si apenas entendiera. Al rato, volvió a preguntar con cierta duda—. ¿Entonces papá puede dormir en el sillón?
Giró la cabeza hacia Dorian y preguntó, inocente:
Amelia se levantó y salió del cuarto.
Al igual que cuando había entrado, Dorian seguía parado en la entrada, tapando la mayor parte del paso. Amelia tuvo que girar ligeramente de lado para esquivarlo. Ninguno de los dos cruzó mirada ni palabra.
En la puerta, Frida y Yael seguían esperando. Vieron toda la escena desde afuera. Se miraron entre ellas y, antes de que Frida pudiera decir algo, Amelia ya le había susurrado:
—Serena está adentro, yo voy a preparar las cosas.
—Perfecto —respondió Frida con naturalidad, dejando atrás a Yael y entrando a la casa en busca de Dorian.
Yael también entró, preocupada al ver a Dorian aún en la misma posición, sin expresión alguna, como si el tiempo no hubiera pasado.
—Señor Ferrer —lo llamó con cautela, al ver que no reaccionaba.
Dorian no le contestó. De pronto, con el semblante sombrío, dio media vuelta y salió caminando rápidamente hacia la puerta.
Yael, alarmada, jaló a Frida del brazo para que lo mirara.
Frida alcanzó a voltear justo a tiempo para ver cómo la chaqueta de Dorian se agitaba con el viento al abandonar la casa.

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