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Mi Frío Exmarido (Amelia y Dorian) romance Capítulo 1293

Dorian reservó una habitación en un hotel.

Tenía muchas casas, pero en realidad solo vivía en dos: la que sería la casa matrimonial y el departamento donde estaba ahora. Además, estaba el apartamento que Amelia rentó cuando recién regresó al país. Curiosamente, esas tres casas conservaban las huellas de Amelia: sus cosas, su aroma, su risa, recuerdos en cada rincón.

La vida había cambiado, la realidad era otra. Dorian ya no podía quedarse en ninguna de esas casas llenas del eco de Amelia. Pero el cuarto de hotel, vacío e impersonal, tampoco lograba suavizar el golpe de la ausencia. Solo el cansancio físico le permitió desconectarse un poco de esa sensación, y aunque a duras penas pudo dormir, en sus sueños y despertares, Amelia seguía ahí.

Soñó con ella acompañándolo en silencio cuando perdió a su madre siendo niño; la vio, en fragmentos de recuerdos y relatos de Fausto Soto, de pequeña, caminando sola por montañas frías y nevadas. Revivió el momento en que ella se paró junto al maestro frente a la clase y se presentó: “Hola a todos, soy Amelia”. Bastó esa mirada para que se le quedara grabada de por vida.

Recordó el reencuentro con ella en la reunión de excompañeros y la pasión desbordada de esa noche. Revivió escenas de su matrimonio: ella, delicada y callada, dibujando en el estudio; el mensaje de divorcio: “Me voy, cuídate”, y el regreso desesperado a una casa vacía. Pasaron fugaces los días cálidos en Zúrich y los enredos tras regresar al país; la noche brillante en que ella aceptó casarse; la angustia al no poder encontrarla por ningún lado...

Y, de pronto, la imagen lo arrastró hasta ese puente alto sobre el río, en una noche helada, y el caos de los gritos: “¡Alguien cayó al agua!”. Dorian se incorporó de golpe, empapado en sudor, el corazón a mil.

Miró a su alrededor. No estaba Amelia. Tampoco Serena. Solo la oscuridad, el silencio y su respiración agitada llenando el cuarto extraño.

Se pasó la mano por el cabello y notó la humedad pegajosa. Sin hacer ruido, encendió la luz. Afuera ya era de noche. No había comido nada en todo el día y el estómago le dolía, pero no sentía hambre.

No era que quisiera castigarse, simplemente el apetito se le había ido.

La ansiedad del sueño lo perseguía aún despierto. El corazón le latía tan fuerte que sentía que iba a romperle el pecho. Sabía que era inútil angustiarse ahora, pero una vez que te atrapan esas emociones, no es tan fácil tranquilizarte.

Al final, tomó su celular y abrió WhatsApp.

Todavía guardaba el mensaje de voz que Amelia le había enviado la noche anterior. No lo había escuchado.

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