Amelia no sintió ni una pizca de alegría ni se le aceleró el corazón por esas palabras.
Miró a Dorian, serena, con la calma de quien ya lo ha decidido todo.
—Dorian —dijo, con voz tranquila—, anoche tampoco dormiste, ¿verdad? Yo tampoco pegué el ojo. Tú estás tratando de cortar con el pasado, y yo igual. No quieres ver mis mensajes, tampoco quieres verme en persona. Desde que anoche no respondiste a los mensajes de Serena, hasta hoy que te fuiste sin decir nada, y hace un rato que contactaste a Serena a través de Marta… la verdad, tu intención de alejarte está muy clara. Lo mismo va de mi parte. Yo te hago daño y tú también me lastimas, así que, ¿de verdad vale la pena seguir torturándonos así?
Dorian tragó saliva, mirándola con esos ojos oscuros fijos en ella, en silencio.
—Después de este último accidente, cuando desperté, pensé que alguien vendría a preocuparse por mí, a preguntarme si estaba bien, aunque fuera con una palabra. —Amelia soltó una sonrisa triste—. Pero al final, me di cuenta de que mi vida nunca ha cambiado. La alegría, la tristeza, el miedo… todo eso siempre me ha tocado enfrentar sola. Anoche me senté en el patio durante horas, y no dejaba de pensar: ¿qué pecado cometí en otra vida para tener que pasar por todo esto?
Volteó a verlo de frente.
—Me puse a recordar todo desde que te conocí. Hubo momentos felices, sí, pero también mucha tristeza y arrepentimiento. Sin embargo, comparando esos instantes contigo y mi vida universitaria, o los años en Zúrich con Serena, prefiero la etapa en la que tú no estabas. Me sentía en paz, podía enfocarme en mi día a día. Así que ahora que por fin corto contigo, me siento tranquila. Cuando estuve sola, no me fue mal, hasta diría que me fue bastante bien.
Dorian por fin abrió la boca, con voz apagada.
—¿Qué quieres decir con eso?
—No tienes que esperarme —respondió Amelia, bajando el tono hasta casi un susurro—. Yo tampoco pienso esperar a nadie. No voy a salir corriendo detrás del matrimonio o del amor, pero si un día aparece la persona indicada, tampoco me voy a cerrar.
Los ojos de Dorian se endurecieron, el ambiente se tornó áspero.
—Si quieres buscar a Serena, puedes hacerlo desde mi teléfono. —Amelia continuó—. Si no quieres verme, no saldré en las videollamadas…
—No hace falta —la interrumpió Dorian, seco, cortante—. Si quiero ver a mi hija, ya sabré cómo hacerlo. Perdona por la molestia. Te deseo suerte.
Colgó la llamada sin más.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi Frío Exmarido (Amelia y Dorian)