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Mi Frío Exmarido (Amelia y Dorian) romance Capítulo 1347

El semblante de Dorian no mostró la menor alteración ante la respuesta cortante de Amelia.

Ni siquiera intentó seguirle el juego ni caer en la trampa de su lógica.

—Ese tipo tiene intenciones contigo —soltó Dorian de forma directa.

—Entonces deberías felicitarme —replicó Amelia con la misma calma—. Al menos todavía hay hombres decentes en este mundo capaces de apreciar lo que valgo.

Dorian guardó silencio, sus ojos oscuros, profundos e imperturbables, se posaron en ella.

La pequeña chispa de valor que Amelia acababa de reunir se esfumó de golpe. Todo le pareció de repente absurdo, así que dejó de hablar, abrazó su pijama y se volteó, lista para irse. Pero de pronto una mano firme sujetó su brazo.

Tuvo que detenerse.

—No tengo a nadie que me guste —dijo Dorian de repente—. Y tampoco tengo ningún interés en Raquel Valenzuela.

Era, de alguna manera, una explicación indirecta a la confusión que Yael había provocado el día anterior.

Amelia apretó los labios, se giró y lo miró de frente.

—Entonces búscate a alguien que te guste de verdad, en vez de estar una y otra vez echando para atrás nuestros acuerdos y regresando para molestarme.

Dorian entrecerró apenas los ojos, fijos en ella, intensos.

El corazón de Amelia dio un salto, pero más que miedo, sentía cansancio. Estaba harta de que Dorian tuviera ese poder de desordenar su vida con cada aparición.

Desde el momento en que vio su mensaje en el carro, hasta bajarse y encontrárselo de frente, todo su ánimo se llenaba de una ansiedad que no la dejaba en paz.

La presión que él ejercía sobre ella la hacía sentirse como una niña castigada, incapaz de defenderse, sin saber dónde meterse.

Odiaba esa sensación de estar atrapada en emociones negativas por culpa de Dorian, odiaba que él siempre viniera a romper sus planes.

—Amelia, no intentes provocarme. No tengo mucha paciencia en este momento.

Por fin Dorian habló. Su voz, baja y lenta, sonaba tranquila, pero la tensión debajo de esa calma era como un hilo a punto de romperse.

Amelia mordió su labio inferior, apartando la mirada.

Dorian ya se había acercado y se puso frente a ella. Sus ojos se detuvieron un segundo en el labio pálido que ella mordía, luego levantó la mano y, con sus dedos largos, separó delicadamente su labio de los dientes. Se inclinó y posó sus labios fríos de la lluvia sobre los de ella.

Amelia no se movió; simplemente lo miró de reojo, sin esquivarlo ni corresponder.

Pero en los ojos de Dorian se encendió algo oscuro.

El siguiente beso fue salvaje, duro, implacable. No le dejó ni un resquicio para resistirse: sus labios la aplastaron, su lengua la invadió, y aun así, Amelia solo mantenía los ojos abiertos y lo miraba de frente, sin emociones.

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