―¿A caso no enviaste a alguien en la tarde para que me llamara a tu oficina? ―le preguntó Anastasia al hombre del sofá.
―No lo hice ―respondió Elías. De inmediato, recordó que fue Gabriela quien llegó a dejar el mensaje.
«Pero ¿quién le dio la orden a ella?» se preguntó. Era evidente que todo se había planeado para que luciera como una coincidencia; haciendo una mirada de desprecio en el fondo, Anastasia ya sabía que se trataba de otro de los planes de Helen.
―¿Necesitas que te explico todo de nuevo? ―preguntó Elías con su baja y seductora voz, aún sentado en el sofá.
Regresándole el teléfono, ella notó que la piel de aquel nombre estaba enrojecida de manera poco natural y a la par con su frente cubierta de sudor, la usual apariencia severa de Elías lucía un poco débil bajo la luz.
―¿E-está bien? ―preguntó Anastasia con culpa.
«¡No me digas que es por la comida picante de hoy!».
―Me duele el estómago ―respondió cubriéndoselo con su gran mano y añadió algo más en apuros―. Aunque está bien, lo puedo soportar.
―¿Duele mucho? ¿Quiere ir al hospital? Si tiene problemas estomacales, ¿por qué comió toda esa comida picante hace rato? ¡Me lo pudo haber dicho! ¡¿Por qué es tan tonto?! ―cuestionó Anastasia con rapidez después de arrodillarse llena de miedo junto al hombre. Ella estaba entrando en pánico, por lo que no podía pensar bien las cosas, al mismo tiempo, se culpaba a ella misma y a él por no haber dicho algo antes; al verla en ese estado, Elías soltó una risita después de admirar la escena que tenía enfrente por un rato.
―Si no comía todo eso, ¿cómo me ibas a perdonar? ―comentó. Sintió como su corazón se tensaba, Anastasia sabía que, en efecto, fue su culpa, pues había preparado toda esa comida picante a propósito.
―Entonces, ¿qué hacemos ahora? ¿Deberíamos ir al hospital? ―dijo mirándolo con culpabilidad.
―No hay necesidad, hay una farmacia en la entrada de la comunidad, así que nada más ve por una caja de medicina para el estómago de ahí ―pidió Elías y luego le pasó un vaso vacío―. Y te molestaré con otro vaso de agua tibia ―dijo. Después de rellenar el vaso y pasárselo, Anastasia se apresuró a salir con sus llaves y su bolsa; ya en el elevador, en verdad que se sentía muy arrepentida por sus acciones.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¿Mi hijo es tuyo?