—No, Elías… Quiero que me lleves al hospital —dijo Helen con un puchero. Afianzó su agarre sobre Elías, actuando como un niño aterrorizado por perder el afecto de alguien.
—No puedo ir contigo porque hay cosas que tengo que hacer. Sé buena y deja que Ray te lleve al hospital —reprimió Elías con paciencia.
—No. Quiero que vayas conmigo. De lo contrario, no me moveré en absoluto —lloriqueó con mucha terquedad.
Él frunció, pensativo. Era posible que ella estuviera impactada por el accidente, así que tenía sentido que le pidiera que la acompañase al hospital y que se quedara con ella; sin embargo, mientras él consideraba esto, Anastasia, de forma repentina, replicó:
—Entonces no vayas al hospital y ya, Helen. El presidente Palomares y yo aún tenemos cosas que hacer. ¡Vámonos, presidente! ¡Tenemos que retirarnos!
El pecho de Helen comenzó a subir y bajar de modo errático al escuchar eso. Temblorosa, comenzó a gruñir. Sus ojos se voltearon y sus piernas colapsaron. Fue gracias a que tenía a Elías a un lado, y que él tomó con rapidez, que no cayó al suelo. La cargó en sus brazos y la llevó al asiento trasero de su carro.
—Te llevaré al hospital, Helen. —Se volteó hacia Anastasia, quien permanecía firme en su lugar, y le dijo—: ¿Puedes pedir un viaje hacia la compañía?
Ella observó al carro retirarse a toda velocidad del estacionamiento, dejándola atrás. Suspiró con pesadez y se dirigió hacia la oficina. Mientras tanto, en un hospital privado manejado por el Corporativo Palomares, Helen recibió atención y se le hicieron múltiples exámenes. Se concluyó que, fuera del impacto del accidente y una concusión, se encontraba bien. El doctor indicó que requeriría de unos pocos días de descanso.
—No te preocupes, solo tendrás que quedarte aquí por unos días para observación —consoló Elías a su lado al ver el golpe en su cabeza y su rostro pálido.
—Elías, ¿qué hacías con Anastasia? ¿Tenían asuntos de trabajo o algo? —preguntó Helen, luciendo modesta sobre la cama y fingiendo curiosidad.
—Íbamos camino a la residencia Palomares para que conociera a mi abuela —contestó, negando con la cabeza.
—¿Por qué quieres que conozca a tu abuela? —preguntó Helen, sorprendida.
—Me secuestraron cuando era un niño y fue la mamá de Anastasia quien se sacrificó para rescatarme. Mi abuela siempre ha querido pagar esa acción desde entonces —explicó Elías con franqueza.
—¿Qué? ¿Tú eres el niño que la mamá de Anastasia salvó en aquel entonces? Anastasia y yo fuimos compañeras de clase desde la primaria hasta la preparatoria. Escuché sobre cómo su mamá murió en la línea del deber, pero nunca me imaginé que tú fueras la persona a la que ayudó. Su madre era una mujer desinteresada. Siempre la admiré —expresó Helen.
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