Al conocer la tensa historia entre las damas, Franco miró a Noemí y la sermoneó:
—Anastasia y su hijo acaban de llegar, así que no es necesario que seas tan sarcástica. ¡Llévate bien con ella, ¿podrías?!
—¿Quién es el niño, mamá? —Érica se asomó por las escaleras y le dio curiosidad al ver a su padre con un niño en los brazos.
—¡Cuida tus palabras! Este es tu sobrino, que tu hermana tuvo mientras estaba viviendo en el extranjero —respondió Noemí, descontenta.
—¡¿Qué?! —Érica abrió los ojos tras sorprenderse; luego, bajó las escaleras y se acercó a Anastasia, preguntándole—: ¿Por qué no nos avisaste que tenías un hijo? ¿Qué te pasa? ¿No quieres que lo veamos?
—¿Cómo puedes decir algo así, Érica? Alejandro es parte de nuestra familia ahora, así que quiero que te retractes. —Franco fulminó con la mirada a la señorita.
Noemí, al percatarse de la reacción de su marido, al instante tomó rencor contra Anastasia, ya que le parecía difícil de creer que su actitud hacia Érica cambiara tanto a causa de Alejandro.
—¡P-papá, solo estoy mostrando mi… preocupación por ella! —Érica se defendió con amargura.
—Ven aquí, te llevaré a dar un paseo por el jardín. —Franco intentó hacer lazos con Alejandro. En cuanto los dos se fueron, Érica se le acercó a Anastasia con una sonrisa fría.
—¡Tuviste una relación con un hombre casado y diste a luz a ese hijo ilegítimo, ¿no es así?!
Los ojos de Anastasia estaban llenos de odio, no podía olvidar lo que Érica y Helen le hicieron en aquel entonces. Por eso, se dijo a sí misma que nunca las perdonaría.
—Mis asuntos no te incumben —le respondió con frialdad.
Por alguna razón, Érica comenzó a pensar que Anastasia se miraba más bonita, ya que esta tenía una presencia más dominante, comparada a la de hace cinco años. En ese instante, se enceló aún más de la belleza de Anastasia. Creía que no habría nadie más en su camino después de que esta dejara a la familia Torres, pero solo terminó sorprendiéndose de Anastasia por su piel clara, su figura curvilínea y su comportamiento tranquilo tras volverse a ver.
«Vaya, ni siquiera parece que parió a un bebé», pensó.
—Anastasia, no sé qué pretendes al haber vuelto, pero déjame advertirte algo —la amenazó Noemí—. Olvídate de cualquier idea tonta que tengas. Esta familia no tiene nada que ver contigo.
—Y ¿por qué no? —preguntó tras reírse, indignada—. Cuando mi padre creó su empresa, mis abuelos invirtieron en ella también, pero ustedes dos se atrevieron a quedarse con todo sin mover un dedo.
—Tú…
—Ubícate, Anastasia. Yo hice que te echaran de la familia Torres hace cinco años y puedo hacer lo mismo de nuevo —dijo Érica intentando intimidarla.
—Mi padre es la única persona por la que volvía esta familia, cosa que no tiene que ver con ustedes en absoluto. Además, mi papá puede hacer lo que le dé la gana con su herencia, cosa que, les repito, no es de su incumbencia. —Anastasia contradijo a Érica y a Noemí, humillándolas
—A propósito, ni se te ocurra que solo por tener un hijo te quedarás con la mayor parte de la herencia —dijo Noemí, apretando los dientes.
—Mi padre aún está con vida y le quedan años por vivir, pero ambas no dejan de hablar de su herencia. ¿Acaso quieren que desaparezca tanto? Si ese es el caso, me aseguraré de que viva una larga vida para que ustedes se puedan olvidar de heredar su fortuna —les contestó Anastasia con un tono frío, sabiendo que ellas solo querían el dinero de su padre en lugar del mismo hombre.
—Tú… —Noemí se quedó sin palabras, pero de inmediato intentó salvarse de ser avergonzada—. Él es mi esposo, así que es obvio que quiero que tenga una larga vida.
—¡¿De qué estás hablando, Anastasia?! —exclamó Érica, defendiendo a su madre—. Mi mamá ama a mi padre.
Aun así, Anastasia tomó su teléfono y se sentó en el sofá, rehusándose a prestarles atención a la madre y a la hija. Enseguida, la criada procedió a servir los platillos mientras Franco le pidió que preparara dos platillos que no fueran picantes para su nieto. Al ver esto, Noemí y Érica se pusieron furiosas porque pudieron notar mediante los ojos de Franco que Anastasia estaba ganándose de vuelta su favor gracias a su hijo.
—¿A qué te dedicas, Anastasia? —preguntó Franco con curiosidad mientras comían.
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