Mi Matrimonio Inmediato con un Magnate romance Capítulo 1230

Salomé parecía haber encontrado el talón de Aquiles de Beatriz y, con una sonrisa burlona, dijo: —Ni siquiera te atreves a garantizarlo, ¿y todavía dices que no has seducido a Mauricio?

—Conozco bien a personas como tú, siempre pensando en usar medios indebidos para lograr tus objetivos. Cuando te casaste con Bryan, también utilizaste tus artimañas, ¿verdad? La razón por la que te divorciaste después fue, primero, por Mauricio y, segundo, porque Bryan descubrió tu naturaleza codiciosa —dijo Salomé, como si lo supiera todo.

Beatriz echó un vistazo a su celular. La administración de la propiedad había dicho que lo recibieron hace unos minutos; ya deberían estar llegando con el seguridad.

No tenía nada que hablar con Salomé.

Entonces, llamó a Mauricio.

No sabía si Mauricio estaría descansando. Últimamente, había estado filmando día y noche, con muy poco tiempo para dormir, así que su celular podría estar en modo silencio.

Viendo que Beatriz no respondía y en cambio estaba haciendo una llamada, Salomé frunció el ceño: —¿A quién estás llamando? ¿A la policía? No me importa. La persona que se avergonzará por llamar a la policía serás tú, no yo. Después de todo, tú eres la que sedujo al prometido de otra persona.

Beatriz miró a Salomé como si mirara a una tonta. —No es necesario alarmar a la policía por algo tan trivial.

Si se podía resolver de la manera más simple, se haría de la manera más simple.

Salomé levantó una ceja. —¿Llamas a un amigo? Como vine a buscarte, no vine sola; siempre tengo guardaespaldas conmigo.

¿Como Beatriz, una mujer común, con poca perspectiva, pensaba que traer a algunos amigos la intimidaría?

Ella había tenido guardaespaldas desde que era niña y no temía a las personas comunes.

Cuando Beatriz estaba a punto de colgar, ya que nadie respondía, de repente la llamada fue contestada.

—¿Bea? —La voz de Mauricio sonaba como si acabara de despertar, perezosa y seductora.

Beatriz se sobresaltó. No podía negar que el señor Mauricio tenía su encanto; no era de extrañar que su prometida se sintiera insegura.