Mi Matrimonio Inmediato con un Magnate romance Capítulo 138

Alejandro ya se había acostumbrado a esas miradas que lo evaluaban; ya no le sorprendían.

No obstante, ver a otra mujer mirar a otro hombre de esa manera lo incomodaba ligeramente.

—¿No tenías solamente a Eduardo a tu lado? ¿Cuándo conseguiste una secretaria tan hermosa? — Salvador pensaba que Alejandro ocultaba algo y, de repente, tener una secretaria tan atractiva definitivamente indicaba algo inusual.

Probablemente fuese una amante a quien mantenía cerca.

De los cuatro, solo Salvador y Alejandro eran verdaderamente amigos que podían conversar abiertamente.

Los otros tres no se atreverían a hablarle a Alejandro de manera tan informal.

—¿El presidente García desea jugar unas partidas de cartas? — Rodrigo ya se había puesto de pie junto a una actriz y le estaba haciendo espacio a Alejandro.

Guillermo y Emilio llegaron un poco tarde, murmurando en voz baja que Rodrigo había reaccionado demasiado rápido.

Sabedor de que a Alejandro no le interesaban las cartas, Salvador intervino: —Sé que no te gusta jugar, deja que juegue tu encantadora secretaria.

Alejandro le preguntó a Ana: —¿Sabes jugar? Lo que ganes será tuyo, lo que pierdas será mío.

Al escuchar "lo que ganes es tuyo, lo que pierdas es mío", los ojos de Ana brillaron ligeramente, y dijo humildemente: —Sé jugar, aunque no muy bien.

—No importa, — respondió Alejandro con un tono suave que ni él mismo percibió.

Emilio levantó una ceja, observando a Ana con mayor interés.

Esta mujer tenía su encanto; salir con Alejandro y ser tratada con gentileza por él no era cosa menor, era astuta o muy complaciente.

Esto despertó el interés de Emilio, deseoso de saber qué se sentiría conquistar a la mujer que había cautivado a Alejandro.

Presionó la lengua contra el paladar.

—Basta con que sepas jugar, no importa cuán bien lo hagas; Alejandro tiene mucho dinero, ¡pierde todo lo que quieras! No todos los días tengo la oportunidad de ganarle a él, no puedo dejarla pasar, — comentó Salvador entre risas.

Sus ojos brillaban de entusiasmo, solo de pensar en ganar el dinero de Alejandro se sentía feliz.

Ana se acomodó en la mesa, pronto se tranquilizó.

Hacía mucho tiempo que no jugaba.

Todos lo entendieron de inmediato.

Los términos "secretaria" y "jefe" no eran más que pretextos dentro de un juego romántico.

En medio de una partida de cartas adictiva, el personal del club trajo un pastel de cumpleaños.

El pastel era más un símbolo de celebración que otra cosa, sin demasiada atención a los detalles.

Una hora después.

Observando la pila de dinero frente a él, Alejandro de repente se dio cuenta de que Ana podría haber estado preocupada por si él iba a cumplir su palabra sobre el dinero ganado.

A juzgar por la habilidad mostrada, ni siquiera Salvador, que jugaba a las cartas cada pocos días, podría igualarla.

Emilio y Guillermo, quienes inicialmente habían subestimado a Ana, pensando que una chica tan delicada y frágil no tendría mucho cerebro, solo estaban jugando con ella por deferencia a Alejandro.

Sin embargo, en tan solo una hora, cada uno de ellos había perdido decenas de miles de dólares.