Mi Matrimonio Inmediato con un Magnate romance Capítulo 1768

Un sábado de cielos despejados.

Ana y Alejandro, junto con su pequeña hija Josefina, formaron un trío familiar para una excursión de montaña.

El buen tiempo reciente era algo raro.

Esta montaña aún no había sido explorada por ellos, por lo tanto, partieron temprano en la mañana y les tomó más de dos horas en auto llegar.

Justo al pie de la montaña, Josefina señaló hacia el borde de un muro no muy lejos.

Era un muro construido por humanos, con varios agujeros y un letrero que advertía que esos agujeros albergaban pequeñas serpientes.

—¡Mamá, hay serpientes en los agujeros!

Exclamó asustada Josefina, con los ojos llenos de curiosidad, esperando ver salir alguna pequeñita.

—Están todas en sus agujeros, ahora debe ser su tiempo de descanso. —Le explicó cariñoso Alejandro.

Había muchas familias llevando a sus hijos a escalar ese sábado, y los niños, curiosos por naturaleza, se asomaban a los agujeros del muro.

Por desgracia, algunos niños eran demasiado traviesos, y sus padres, lejos de reprenderlos, permitían que sus hijos empujaran palos dentro de los agujeros mientras gritaban: —¡Voy a matar a estas serpientes!

Al ver esto, los padres simplemente sonreían despreocupados y no intervenían.

Josefina hizo cara de pocos amigos y levantó la vista hacia Ana: —Mamá, eso es muy maleducado, es el hogar de las serpientes. ¿No es así?

En ese momento, un trabajador cercano lo notó y se apresuró a intervenir.

Los padres de los niños traviesos se mostraron algo desafiantes: —¿Qué más da? Son solo unas simples serpientes. Si están aquí es porque no son peligrosas ni venenosas. Los niños solo están jugando, eso no es para tanto.

Esta actitud ciertamente causó que muchas personas alrededor se enojaran.

Los padres que llevan a sus hijos no podían soportarlo.

Todos comenzaron a irse de aquí con sus hijos.

Ana y Alejandro se miraron mutuamente y también se llevaron a Josefina para continuar tranquilo subiendo la montaña.

Algo tan pequeño no afectó en lo más mínimo su buen ánimo para seguir subiendo la montaña.

El aire en la montaña era fresco y reconfortante.

Josefina, aunque solo era una niña de cinco o seis años, tenía una excelente capacidad física, y no disminuyó el paso, en toda la escalada, tampoco se quejó de cansancio ni pidió descansar.

Alejandro llevaba en su mochila bastante comida y agua.

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