Mis Tres Tesoros Más Preciados romance Capítulo 8

Resumo de Capítulo 8: Mis Tres Tesoros Más Preciados

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En realidad, Eliza no entendía cómo es que el pequeño terminaba de bajar las escaleras, si él acababa de salir a dar un paseo; así que, mirando al niño que estaba devorando la comida con ansias, pensó:

“Si Braint acaba de salir; entonces, ¿quién es este niño?”. Luego, sentándose fijamente frente a él, miró con delicadeza su dulce carita y le dijo: “Ustedes… tú no eres Braint, ¿verdad?”.

Cuando Demarion escuchó ello, él quedó totalmente sorprendido, dejó de comer inmediatamente y, con la cara manchada de grasa, miró hacia la mujer y respondió: “Claro que sí, soy Braint”. Tras mirar fijamente la carita del pequeño, ella se dio cuenta perfectamente que él tenía una personalidad muy diferente a la de Braint, así que no los confundió; por el contrario, abrazando fuertemente a ese niño, le preguntó: “¿Eres el hermano gemelo de Braint?”.

Al darse cuenta de que ya no podía ocultar la verdad, Demarion hizo un leve puchero y le dijo: “Está bien, no soy Braint, mi nombre es Demarion. Braint es mi hermano gemelo y Beau Valentine es mi padre”. Cuando Eliza lo escuchó decir esas palabras, ella se quedó un poco sorprendida y, mirándolo fijamente, le preguntó con gran curiosidad y tartamudeando: “Tú y Braint... ¿ustedes son hijos del sr. Valentine?”.

Tras escuchar a la mujer, Demarion comió rápidamente un trozo de camarón y respondió en voz baja: “Sí, así es”. En realidad, Eliza estaba totalmente confundida con esa situación, pues antes de casarse, nadie le dijo que el sr. Valentine tenía un par de gemelos; además, aunque la apariencia de su esposo era fea, ella no podía negar que sus hijos eran increíblemente guapos y adorables.

Después de un rato, la mujer miró fijamente a Demarion y le preguntó: “Ya que ustedes son gemelos, ¿puedo saber por qué pretendías ser Braint? ¿Por qué hiciste eso?”. A decir verdad, conocer todo eso le permitió entender por qué la personalidad de Braint cambiaba drásticamente cada vez que desaparecía; en realidad, era porque desde el principio, ellos eran dos personas completamente diferentes.

Por su parte, sin atreverse a contestar la inquietud de la mujer, Demarion bajó la cabeza y se concentró simplemente en comer; pues, le preocupaba que Eliza se enterara de la broma que le hizo la noche que llegó. No mucho tiempo después, Braint regresó de su paseo, entró a la casa y, al encontrar a su hermano sentado frente a la mujer, exclamó: “Bueno, parece que decidiste exponerte”.

Luego, sentándose en su silla, Braint tomó su tenedor y cuchara para empezar a comer y, mirando con gracia a su hermano, le dijo: “Te dije que tu artimaña no duraría mucho tiempo”. Tras escuchar las palabras de su hermano, Demarion se llenó de cólera, puso los ojos en blanco y, sin terminar de comer toda su comida, subió apresuradamente las escaleras; mientras que, frunciendo el ceño, la mujer miró al pequeño que quedó frente a ella y exclamó: “Pero ni siquiera terminó su comida. Cuando vino tenía un gran apetito, pero ahora que se reveló su identidad, es demasiado tímido para sentarse aquí con nosotros”.

Al ver la actitud un poco confundida de la mujer, Braint la miró seriamente y le explicó: “No te preocupes, ya se le va a pasar; después de todo, es solo un niño. No sabe cómo lidiar con este tipo de situaciones”. Al escuchar la madura respuesta del pequeño, Eliza entrecerró los ojos lentamente, miró al niño y le dijo juguetonamente. “Bueno, pero estás hablando como si tú no fueras un niño también”.

Mientras tanto, Braint continuó comiendo delicadamente su comida y, hablándole lo más cortés posible, le dijo: “A partir de mañana, Demarion y yo haremos todo lo posible para dirigirnos a ti como nuestra mamá". Luego, con una gran sonrisa en el rostro, Braint la miró dulcemente y añadió: “Felicitaciones, ahora tienes dos hermosos hijos y, la verdad es que, eres una mujer muy afortunada, ¿lo sabes? Además, el señor Valentine también es un hombre muy guapo y adecuado para ti”.

Tras escuchar las dulces palabras del pequeño, Eliza se quedó sin palabras; de hecho, ella decidió casarse con el sr. Valentine solo por capricho, porque debido a la traición de Jay y Madeleine, y las amenazas de la familia Lawson, ella había llegado a su límite; sin embargo, nunca pensó que sería madre de un par de gemelos, eso no estaba en sus planes. Por ello, después de la cena, ella decidió tener una conversación seria con el sr. Valentine, pues necesitaba decirle que no se sentía lo suficientemente madura para ser la madrastra de sus hijos.

Al notar la inquietud de la mujer, el mayordomo sonrió levemente y le dijo: “Me imagino que estás muy ansiosa por ver al sr. Valentine; después de todo, se acaban de casar. Pero, no te preocupes, aunque sé que está un poco ocupado en el trabajo, le pediré que regrese ahorita mismo”. Tras darse cuenta que el hombre frente a ella había confundido sus intenciones, Eliza lo miró muy sorprendida y le respondió: “No, yo no estoy…”

Sin esperar a escuchar su respuesta completa, el mayordomo se apresuró en cumplir su objetivo y se fue a llamar a su jefe; mientras que, esperando a que su esposo regresara a casa, Eliza se sentó en el sofá y empezó a ver algunas películas de comedia, con las cuales mejoró un poco su estado de ánimo. Sin embargo, justo cuando estaba mirando atentamente la televisión, ella vio entrar al hombre con quien había tenido una aventura la noche anterior; así que, se paró muy sorprendida y le preguntó: “¿Por qué estás aquí otra vez?”.

Incluso, con el fin de que aceptara fácilmente, el pequeño junto a sus cómplices le dijeron que su esposa estaba preparando una exquisita comida para él; así que, sintiéndose impotente ante las insistencias de su familia, él decidió regresar a casa. Sin embargo, tan pronto como el hombre entró a la casa, Eliza, quien supuestamente estaba enamorada de él y lo esperaba muy ansiosa, ni siquiera sabía cómo se veía realmente.

Por su parte, tras escuchar las palabras del hombre, Eliza se quedó completamente atónita, se levantó rápidamente y, dirigiéndose a la cocina, le preguntó: “¿Cena? ¿Aún no has cenado?”. De hecho, los niños habían devorado todo lo que preparó, y Braint incluso guardó las sobras para dárselas a Demarion; así que, al ver que no había comida, se apresuró en abrir el refrigerador, vio los escasos ingredientes y, después de darse la vuelta para verlo a los ojos, le preguntó muy ansiosa: “¿Te gustan los fideos?”.

Al descubrir que nada de lo que le dijeron era cierto, el hombre levantó ligeramente las cejas, la miró con disgusto y le preguntó con indiferencia: “¿No me preparaste nada?”. Tras escuchar las palabras del hombre, Eliza se quedó en silencio y se mordió los labios con nerviosismo, pues supuso que él pensaría que ella era una esposa incompetente; luego, tomando los ingredientes con gran rapidez, le dijo: “Eso no es así. Lo que pasa es que, como no sabía a qué hora regresarías y como no quiero que comas las sobras, decidí que te prepararía una porción especialmente para ti”.

Luego de decirle ello, Eliza volteó para verlo a los ojos y, con una sonrisa en el rostro, le dijo amablemente: “Después de todo, eres muy especial para mí”. Al ver su radiante sonrisa y el brillo en sus ojos, el sr. Valentine sintió un extraño sentimiento desde el fondo de su corazón; incluso, le pareció que tal vez estaba destinado a conocer a esa mujer, pues aparte de que era realmente hermosa y adorable, su sonrisa era deslumbrante como la de su hijo Demarion.

Tras ver su sonrisa tan radiante, el sr. Valentine no se atrevió a decirle nada grosero; así que, solo se dio la vuelta, se sentó en el sofá, apagó la televisión y empezó a revisar su celular. Mientras tanto, en la cocina, Eliza dejó escapar un suspiro de alivio y se sintió realmente aliviada de que él no le pusiera las cosas difíciles; sin embargo, también pensó que, a partir de mañana, ella se acordaría de prepararle la cena para su esposo.

Diez minutos más tarde, Eliza sirvió un plato de humeantes fideos de huevo y, colocándolo sobre la mesa del comedor, le dijo: “Señor Valentine, la cena está servida”. Tras escuchar ello, el hombre se puso de pie, se sentó cómodamente y empezó a comer elegantemente mientras disfrutaba su comida; por su parte, al verlo comer tan educado, Eliza se sintió tan atraída hacia él que ni siquiera se dio cuenta que lo estaba mirando fijamente, hasta que, con voz profunda y ronca, el hombre le dijo: “¿Disfrutando de la vista? Puedes mirarme por el resto de tu vida si quieres”.

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