Tenía los ánimos por el suelo. Pensaba que seguiría siendo casta hasta que terminara mi matrimonio con Roberto. No esperaba que algo así ocurriera. Llamé a Abril. Su voz sonaba adormilada al teléfono.
―¿Diga?
―¿Estabas dormida?
―¿Por qué suenas tan sorprendida? Apenas son las ocho. ¿Hay alguna regla que diga que no se puede dormir a las ocho?
No me interesaba discutir por nimiedades. Fui directo al grano.
―Vamos por unos tragos.
―¿Con lo que aguantas el alcohol? Olvídalo.
―Abril ―dije con pena. Estaba muy molesta―. Tuve sexo con Roberto. Necesito que me consueles ya.
―¿Qué? ―Su voz se despabiló al instante. Pude oír que se levantaba de la cama. ―¿Cuál es la situación? ¿Por fin lograste infiltrarte en el territorio enemigo?
―Cállate. Te veo en el bar La Tradicional.
―¿Qué tiene de bueno ese bar? Ahí no hay ningún tipo guapo. Conozco un lugar genial. Los chicos ahí son atractivos. Te enviaré la dirección.
Me dirigí al bar con sus instrucciones. Antes de entrar, el lugar me dio una sensación extraña que se intensificó una vez que entré, pedí una bebida y me senté en un privado. Casi no había mujeres. Prácticamente todos eran hombres. Aunque Abril tenía razón: todos los hombres del bar eran extremadamente apuestos, incluso el joven mesero que me sirvió la bebida era irresistiblemente guapo. Pero se fue en cuanto me entregó la bebida. Parecía particularmente antipático y frío. Puede que yo no estuviera a la altura de Helena de Troya pero de todos modos me consideraban un buen partido en Ciudad Buenavista. Aunque tuviera novia, no había necesidad de que me mirara con tal desprecio.
Me serví un vaso y le di unos sorbos con lentitud mientras inspeccionaba casualmente el lugar. ¿Eh? Puede que acabara de ver algo terrible. ¿Por qué ese apuesto joven recargaba la cabeza en el hombro de otro hombre alto y musculoso? ¿Por qué el otro le tocaba el trasero? Caí en la cuenta. Entonces, apareció Abril y se puso a mi lado.
―Abril, mira, allá. ¿Ves eso? —La jalé y apunté a lo que acababa de descubrir.
Ella no se inmutó.
―¿Qué tiene de raro? Aquí todos están en parejas.
Parpadeé varias veces y, cuando volví a entrar en razón, le pregunté:
―¿Me trajiste a un bar gay?
―¿Qué tiene de malo? Hay más chicos guapos en los bares gay.
―¿Acaso estás loca? ¿Qué importa si están guapo? No les interesas.
―Por lo menos la vista es buena. No ha habido hombres que valga la pena mirar desde que te casaste con Roberto. Fue una pérdida ―suspiró Abril mientras cruzaba las piernas y se estiraba por un vaso, tenía un grueso cigarro entre los labios.
Ahí fue cuando me di cuenta de que iba vestida con ropa bastante masculina. Camisa y pantalones. Un traje. Ella era alta. Si no hubiera nacido en una familia pudiente, habría sido modelo. Su metro y setenta y cinco de altura se veía bien con ese atuendo.
―¿Qué planeas? ―Le di un tirón a su ropa.
―Quizás me traten como hombre y florezca un hermoso romance entre nosotros. Quién sabe.
―¿No te descubrirán cuando estén en la cama?
―No seas tan burda. ¿No has escuchado hablar sobre el amor platónico? ―Me dio un codazo―. Entonces, ¿qué pasa contigo y Roberto? Escúpelo.
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