—Jefa, ¿puedo echar un vistazo a ese teléfono?
Rosaría se adelantó involuntariamente y acababa de decir algo que puso en alerta a la jefa.
—¿Qué quieres ver? ¿Crees que es algo que puedes mirar? ¿Sabes cuánto cuesta este teléfono? ¿Lo pagarás si lo rompes?
—¡Lo pagaré!
—No te lo voy a enseñar, aunque puedas pagarlo. ¿Te alojas o qué? Regístrate si te alojas, si es para preguntar por el camino, fuera.
Se notaba que la jefa no trataba a Rosaría con tanta simpatía como a Víctor, porque le molestaba el hecho de que Rosaría fuera tan guapa.
A Rosaría no le importó, en su lugar sonrió y dijo:
—Guapa, quiero alojarme en el hotel, no me vas a echar, ¿verdad?
—Pues paga y regístrate. Que quede claro que tienes que pagar por adelantado aun si no pasas la noche aquí.
La jefa estaba de mejor humor porque Rosaría la había llamado «guapa».
Rosaría continuó con una sonrisa:
—Bien, pagaré primero los diez días, ¿te parece?
—¿Te vas a quedar diez días? ¿Por qué estás aquí? —la jefa preguntó de repente.
Tampoco era una atracción turística un lugar tan remoto y retrasado como eso, además, Rosaría no parecía de ese lugar, así que ¿por qué iba a quedarse diez días?
No pudo evitar pensar en Víctor…
Ese hombre también estaba bastante bien vestido y era generoso, pero desafortunadamente...
La jefa dijo de repente:
—Acabo de recordar que lo tengo lleno de huéspedes y no me quedan habitaciones, ¿por qué no te vas a otro? Hay un Hotel Real a unos cinco kilómetros al sur de aquí, el ambiente no es malo, puedes ir a ver.
Al ver que la jefa la echaba, Rosaría pensó rápidamente.
—Jefa, veo que no tienes muchos clientes aquí, ¿cómo es que no te quedan habitaciones? Te voy a pagar, ¿por qué intentas echarme?
—¿Y a ti qué te importa? ¿Qué pasa si no quiero que te alojes aquí? Venga, ¡fuera!
La jefa se cabreó enseguida.
Los ojos de Rosaría se entrecerraron ligeramente, y en el momento en que la mano de la jefa se acercó, se apoderó rápidamente de su muñeca y le dio un ligero apretón.
—¡Ay! ¡Duele, duele! ¡Suéltame! ¡Te advierto que, si no me sueltas, te lo haré pagar!
La jefa era feroz, pero para Rosaría eso era en vano.
Extendió la otra mano y arrebató el teléfono de la mano de la jefa.
La jefa gritó apresuradamente:
—¡Devuélveme mi teléfono o llamaré a la policía!
—¿Tu teléfono? ¿Estás segura de que es tu teléfono? ¿Si es tu teléfono no sabes la contraseña para desbloquearlo?
Las palabras burlonas de Rosaría hicieron que la cara de la jefa se endureciera aún más.
—¿No se me puede haber olvidado?
—¡Claro! Pero no parece que sea tu teléfono. No pasa nada si insistes en que es tuyo, podemos ir a la comisaría y hablar del tema. Tú no sabes la contraseña de mi teléfono, ¡pero yo sí!
Con eso, Rosaría desbloqueó el teléfono delante de la jefa.
La cara de la jefa cambió al instante.
—Tú, tú, tú...
—¿Dónde está mi amigo?
El rostro de Rosaría se puso sombrío y la fuerza de sus manos se hizo mucho más pesada.
La jefa sintió que sus manos estaban a punto de romperse.
—¡Suéltame primero! ¡Suéltame y te lo diré!
Los ojos de la jefa se movían porque estaba tramando algo.
Rosaría pudo ver que la jefa tenía algo en mente, y quizás huiría en cuanto la soltara, pero ese era el efecto que Rosaría quería.
Fingió no ver los pensamientos de la jefa y susurró:
—¿Me dirás dónde está mi amigo si te suelto?
—¡Sí, sí, sí, suéltame y te lo diré!
La jefa pidió clemencia a toda prisa.
Rosaría se lo pensó un momento antes de soltar la mano de la jefa.
Justo en ese momento, la jefa espolvoreó de repente algo parecido a harina o polvo de cal hacia Rosaría.
Rosaría se vio obligada a dar un paso atrás aunque estuviera preparada, e incluso cerró los ojos.
Aprovechando este hueco, la jefa salió corriendo.
Rosaría se limpió la cara, con los ojos fríos.
Miró su teléfono y la última llamada registrada era, efectivamente, al teléfono fijo de este hotel.
En otras palabras, esa jefa debía saber dónde había ido Víctor.
Con esto en mente, Rosaría se apresuró a seguirla, pero desgraciadamente, la jefa desapareció en un instante.
Rosaría se sintió algo contrariada, no esperaba que la jefa se escaparía ante sus narices.
Volvió a buscar en el alrededor y siguió sin encontrar nada.
Justo cuando se estaba frustrando, se dio cuenta de repente de que había un montón de personas apiñadas en el río.
Rosaría sintió un poco de curiosidad y se acercó.
—¿Pasa algo?
—Alguien ha muerto en el río —un niño se lo dijo a Rosaría.
A Rosaría le dio un vuelco en el corazón.
«¿No serán Mateo o Víctor?».
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