Llegó primero que Paul a la cafetería, todo lo que ordeno es una botella de agua de la cual me encargo de quitarle la etiqueta mientras espero totalmente nerviosa por su llegada. Llevo una gorra y gafas de sol porque últimamente la prensa suele estar más sobre mí de lo que solía hacerlo, lo cual tiene absoluto sentido.
¿Cómo debo empezar la conversación? No estoy acostumbrada a ser esta mujer insegura, pero en mucho tiempo nunca una conversación se sintió tan importante para mí.
Hay un movimiento frente a mí y de inmediato alzo la vista. Contengo la respiración y la dejo salir lentamente encontrándome con la mirada de Paul. Mi estómago se revuelve y quisiera solo abrazarlo y prometerle que esto tiene alguna loca solución. Incluso tomar una prueba de la verdad mientras le cuento mi versión que suena tan poco creíble.
Me quito mis lentes para observarlo mejor. Lleva un gorro tejido cubriendo su cabello. Sus ojos son pequeñas rendijas debido a lo inflamados y cansados que lucen, tiene ojeras purpuras alrededor de ellos y está pálido.
Lleva más barba de la habitual y cuando llego a su mano sobre la mesa me incorporo con rapidez.
— ¿Qué sucedió?
Por largos segundos no me responde, solo me observa. Luego respira hondo y baja la vista a su mano, hace una mueca. Una de ellas tiene un yeso mientras la otra parece solo estar cubierta en el área del dorso con una venda.
—Enloquecí e hice cosas estúpidas—aclara su garganta porque su voz suena extremadamente ronca—. Ésta mano está bien—alza la vendada en el dorso, luego alza la del yeso—. Ésta es un veremos, obtuve una cirugía en ella, le hice serios daños, solo resta esperar cuando quiten esto para evaluar qué tal está mi movilidad y si necesito otra cirugía o terapia.
»O si solo es un caso perdido—se encoge de hombros— ¿Qué puedo decirte? Arruiné mi herramienta de trabajo porque me permití perder el control.
Estoy demasiado impresionada. No es cualquier cosa, es un daño grave.
Por cómo suena ni siquiera sabe si recuperará la movilidad de su mano y aunque lo dice a la ligera y seco, puedo vislumbrar la tristeza en sus ojos.
Paso las manos por mi rostro.
Esto es muy jodido.
—Yo...
—El daño de mi mano no es tu culpa, no fuiste tú quien comenzó a golpear todo sin pensar. No tienes que disculparte por ello—ve hacia un lado—. No debes.
— ¿Puedes por favor mirarme?
Creo que pasa todo un minuto en el que lo observo, veo su garganta tragar antes de que voltee a verme. La tristeza que veo en su mirada me hace estremecerme. Está sentado frente a mí a una corta distancia, pero aun así lo siento tan lejos que duele.
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