iento como alguien se sienta a mi lado, pero ni siquiera me tomo la molestia de voltear.
— ¿Te invito un trago?
—No, gracias. Esta noche estoy muy bien sin que pagues mis tragos.
— ¿Qué hace una chica como tú sola?
—Ya sabes, lo de siempre, esperar, verme lo suficiente intimidadora para que ningún ligón se me acerque.
—Puedo comprarte un trago que mejorará tu noche...
—No lo creo.
—Entonces ¿Qué te parece sí...?
—Señorita Cortés, que sorpresa encontrarla aquí ¿O debo llamarla señorita?
Lentamente, alzo mi cabeza antes de girarla al lado contrario del tipo que no entiende que no quiero su trago. Mis ojos se encuentran con unos claros acompañados de una pequeña sonrisa. Recuesta su brazo de la barra mientras me observa.
—Paul de... Coleman.
— ¿Entonces me dejas comprarte un trago? — pregunta de nuevo el impertinente.
—Dame un segundo— pido a Paul antes de girarme—. Amigo, tengo mi dinero para pagar mi maldito trago. Si buscas quien te abra las piernas te equivocaste. No necesito de tus regalos y es evidente que no estoy interesada. Ve a acosar a otra chica que siquiera tragos gratis y a cambio te dé lo que busques, gracias.
—Perra.
—Oye...—Paul parece que va a acercarse, pero tomo su brazo.
—Perra o no, perdiste tu tiempo porque no quiero ni tus tragos ni quitarme la ropa para ti. Piérdete.
Al fin se va y solo entonces me doy cuenta de que sigo agarrando el brazo de Paul, de hecho es la primera vez que lo toco porque caigo en cuenta que es la segunda vez que lo veo en mi vida. De inmediato lo suelto mientras me acomodo en mi silla y tomo uno de los nachos.
—A los hombres no les gusta que le digan «no» cuando se trata de sexo. Se ponen ariscos y comúnmente llaman perra a quien los rechaza ¿No lo haces tú?
—No acoso a las personas.
Sonrío sin poder evitarlo mientras observo mi trago. De todos los lugares vengo a encontrarme a Paul Coleman aquí. Es extraño que la idea me resulte tan emocionante.
—Por supuesto que el perfecto escritor no acosa a las personas, de todas maneras tienes novia ¿No? No necesitas acechar a mujeres inocentes en un bar.
— ¿Entras en la categoría de mujeres inocentes? Porque tienes una lengua bastante afilada para insultar.
—Estoy alerta para no ser objetivo de palabras que puedan doler— doy un sorbo a mi trago y volteo a verlo—. Siempre estoy preparada para ganar una guerra.
La mujer que me atendió se acerca con una sonrisa hacia él, quiero advertirle que ni siquiera lo intente porque este sujeto tiene novia, pero mejor que se estrelle sola.
—Dame un Whisky seco, sin nada de hielo y otro trago de lo que esté bebiendo la señorita.
—Pensé que había quedado claro que no estaba aceptando tragos regalos.
—No lo ofrezco con la intención de quitarle la ropa y creo que lo necesitaremos para nuestra conversación.
— ¿Qué conversación?
—La de nuestra historia, por supuesto.
Comienzo a toser ahogándome con mi bebida, él sonríe mientras se acerca a palmear mi espalda, pero lo alejo porque este hombre me desequilibra un poco y me hace perder el control ¡Y por Dios! Apenas si es la segunda vez que lo veo.
Quiero equivocarme cuando a mi mente viene el pensamiento de que Paul Coleman significa alteraciones, cambios y toda pérdida de control de mí.
Lo observo sacar una pequeña agenda de notas del bolsillo de su abrigo
¿Es en serio?
—No me dé esa mirada señorita Cortés, un escritor puede conseguir la inspiración en cualquier lugar y cualquier momento.
— ¿Sabías que el celular tiene una aplicación que se llama Block de notas? — recuesto mi barbilla de mi mano, veo la comisura de su boca estirarse en una sonrisa ladeada, no me observa mientras toma un pequeño bolígrafo.
—Gracias por darme esa grandiosa noticia, señorita Cortés, pero me temo que soy un desastre para mantener mis celulares con vida. He intentado ese método, pero mis celulares no sobreviven conmigo poco más de 2 meses.
— ¿Por favor puedes tutearme? Me estoy tomando un trago a tu lado mientras como nachos y te veo beber un fuerte whisky sin hielo. Puedes solo llamarme Elisabeth, el formalismo dejémoslo a los correos, al menos por esta noche ¿Te parece, Paul?
Voltea a verme y parece pensárselo mientras ladea su cabeza de un lado a otro, le da un breve trago a su bebida y frunzo el ceño. No entiendo cómo puede beber algo como eso y sin hielo.
—De acuerdo, Elisabeth.
— ¿Lo haces adrede?
— ¿El qué?
Decir mi nombre de esa forma suya arrastrando las vocales con el timbre ronco.
—Nada. ¿Qué tienes ahí?
—Anotaciones sobre lo que escribo, ideas que a veces llegan— se encoge de hombros—. Entonces, ¿Cuál es tu edad? Y espero no seas de esas mujeres molestas sobre la edad. Algún día, todos, envejeceremos.
—23. Estaba casi saliendo de la escuela cuando insistí en enviar mi vídeo al canal. Mientras trabajaba fui estudiando.
— ¿De verdad?
— ¿De mentira? — Le respondo, él sonríe— ¿Qué? ¿Luzco mayor?
—No, luces como de tu edad. Solo que pensé que eras de esas personas que se ven jóvenes y tienen más edad.
— ¿Me estás llamando madura? Parece que eres más amable en persona—tomo uno de los nachos y porque soy educada, le ofrezco, él toma uno.
—No es eso lo que he dicho o insinuado. 23 años, anotado.
— ¿Realmente estás dándole a un personaje todas mis características?
—Está inspirada en ti, mientras más real, mejor. Voy a anotar que te gustan los nachos con queso. Un poco infantil, pero seguro, les resulta lindo a los lectores.
— ¿Te resulta lindo a ti?
— ¿Qué te desagrada?
—Que no respondas mis preguntas— respondo con una gran sonrisa—. Ahora que no estoy siendo señorita y solo soy Elisabeth ¿Me dejarás hacerte unas preguntas? Solo así responderé las tuyas.
—Persistente—anota y por un momento quiero arrancarle la libreta—. Pregunta y yo decido si respondo.
— ¿Tu edad?
—26.
—No estás viejo.
—Bueno, gracias.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: No más palabras