—Es culpa de ella y ahora te ha traicionado, y aun así tú quieres estar con ella ¿No te importa que te traicionara? Confiaste en ella y te falló, y aun así te sientas aquí a decirme esto cuando siempre estoy contigo ¿Qué te ha hecho esa mujer? ¿Es por qué es famosa? ¿Por qué es físicamente perfecta? ¿Qué es, Paul?
—La amo, Nicole, es eso. La amo, no puedo detenerlo ni evitarlo.
—Me haces tanto daño. Me duele horrible, Pally, por favor para.
—Lamento lastimarte. Pero no lamento amar a Elisabeth.
Sacude su cabeza y limpia sus lágrimas, toma mi mano inmóvil y me observa con absoluta seriedad.
— ¿Perdonarías a alguien que te ha hecho todo esto? ¿Quién ha expuesto toda tu confianza e historia al mundo?
—Elisabeth no...
— ¿Qué dijo? ¿Qué no eran sus correos? ¿Qué no lo sabe?
Abro mi boca para responder y entonces me detengo. Parpadeo continuamente y retiro mi mano debajo de la suya con mi otra mano. Ella luce dolida y sus ojeras resaltan aún más.
— ¿Cómo sabes que todo se trataba de correos?
—Lo dijiste antes, luego de que la viste cuando te visité.
—No, no lo hice.
Trato de recordar todo con exactitud pero no puedo, sin embargo estoy casi seguro de que solo Alex y Ed saben completamente ese detalle de mi conversación con Elisabeth.
—Lo hiciste.
No dejo de verla fijamente y entonces me doy cuenta que en su mirada se vislumbra un poco de remordimiento.
Nicole me salvó la vida.
Nicole vio todo lo que pasé.
Nicole siempre quiso que yo estuviera bien.
Nicole era mi amiga.
Nicole no me haría daño. No lo haría. No lo haría. No me lastimaría.
Sin embargo...
—Responderé a tu pregunta Nicole. Yo perdonaría a Elisabeth porque sé que tiene que haber alguna explicación, la amo y cuando vi a sus ojos pude ver verdad, no había culpa. Pero cuando yo sepa quién hizo esto, si es alguien de confianza, alguien que ha estado a mi lado y conoce mi historia, yo no me sentiré tan bondadoso. Me romperá el corazón, pero no sé si perdonaré fácilmente, Nicole.
—Pobre de esa persona—susurra—, pero es ella.
— ¿Tú me traicionarías, Nicole? —la veo fijamente a los ojos, se humedecen.
—Yo te amo, nunca quisiera tu odio. No podría vivir sabiendo que me odias.
—No digas eso—la corto de inmediato—. Nunca le des a tu vida el valor del sentimiento de otro hacia ti. Tu vida vale más que lo que otro pueda pensar—siento escalofríos porque sus palabras me fueron familiar de una época en donde cosas peores salían de mi boca—. Nunca digas que no podrías vivir por mi causa.
—Pero es verdad, tú eres todo.
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